domingo, 30 de septiembre de 2012

ALGUNOS CLIVAJES PARA ENTENDER UN POCO MEJOR LA POLÍTICA ARGENTA

Visto y considerando que me lloran los ojos a consecuencia de una conjuntivitis úta y vigilante que tiene mucho aguante, disfruto de escuchar hermosos temas como éste, mientras les copio y pego un muy buen artículo de José Natanson:



Por José Natanson

Desde la recuperación de la democracia en 1983 hubo tres grandes impulsos de cambio progresista: el alfonsinismo, el Frepaso y el kirchnerismo, cuyo éxito se explica, entre otras cosas, por su capacidad de establecer nuevas líneas de división política (clivajes, en jerga politológica) en torno de las cuales se organizaron la competencia electoral y el debate público.

Comienzo por el principio. Raúl Alfonsín, uno de los pocos políticos de primer nivel que se habían opuesto públicamente a la guerra de Malvinas y que había denunciado los horrores de la dictadura, fue el primero, también, en comprender que las elecciones de 1983 no marcaban un retorno transitorio de la democracia, supeditada al juego pretoriano y la voluntad de los militares, sino el inicio de una nueva era institucional. Con su denuncia del pacto militar-sindical y su apelación a los valores democráticos (cuyo emblema fue el recitado del preámbulo de la Constitución como un rezo laico), Alfonsín logró que la discusión política se estructurara en torno del eje dictadura-democracia, y ganó las elecciones.

Más tarde, cuando Menem firmó los indultos y confirmó su giro definitivo a la ortodoxia económica, Chacho Alvarez se convirtió en el primer dirigente peronista en romper con su partido, un salto sin red ni paracaídas al llano de la política. Tras vegetar en el subsuelo de la consideración popular durante unos años, Chacho encontró su gran momento cuando el alfonsinismo se mimetizó con el gobierno en el Pacto de Olivos, habilitando un espacio para la oposición que no demoró en ocupar como líder indiscutido del anti-menemismo. Con un perfil personal muy diferente del de los menemistas más notorios (nada de corbatas amarillas ni trajes de mil dólares), Chacho (y su criatura política, el Frepaso) consiguió llevar el debate político al terreno que mejor les sentaba. Su clivaje (y luego el de la Alianza) fue corrupción-transparencia, aunque el costo derivado de este éxito fue altísimo: la neutralización de la discusión económica y el fin del debate sobre el modelo.

Por último, el kirchnerismo. Quizás una de las explicaciones más importantes de su éxito –atención intelectuales que se quejan de que al Gobierno le falta un “relato”– sea su capacidad para organizar la disputa política alrededor del eje neoliberalismo-antineoliberalismo (y sus derivaciones: mercado-Estado, producción-finanzas, concentración-redistribución). Las medidas más interesantes de los últimos años se inscriben en esta lógica, desde la renegociación de la deuda externa en los inicios del ciclo K a la nacionalización de las jubilaciones o la creación del Ingreso Universal para la Niñez. Del mismo modo, el segundo clivaje instalado con éxito por el Gobierno –dictadura-derechos humanos– también explica algunas de sus movidas más virtuosas, como la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, y otras que, inesperadamente, ha logrado situar en este marco (la capacidad de centrar el debate por la nueva regulación de los medios audiovisuales en la necesidad de cambiar la “ley de la dictadura” ayuda a explicar su éxito, pero también sus fallidos: la desdichada comparación del embargo de goles con el secuestro de personas).

Inversamente, el gran fracaso político del actual Gobierno –el conflicto con el campo y su traducción electoral en la derrota en los comicios de junio– se explica por una larga serie de motivos, desde su intransigencia negociadora hasta la capacidad de las organizaciones de productores rurales de mantenerse unidas. De entre todos ellos, quizás uno de los más importantes haya sido la obsecación kirchnerista en centrar el conflicto del campo en un clivaje que se reveló inverosímil: la división pueblo-oligarquía no logró convertirse en el eje de la disputa política, pese a los esfuerzos del Gobierno por dotar a su posición de un tono épico y plantear el conflicto en términos epopéyicos (en uno de sus discursos menos felices, Kirchner llegó a hablar de “comandos civiles”).

Y ahora, como se comprueba prestando una mínima atención a los discursos oficiales, el Gobierno busca que la disputa creada en torno del Fondo del Bicentenario y la remoción de Martín Redrado se inscriba en esta división del campo político. Por una vez, la televisión ayuda a los Kirchner: si en su momento la imagen de un Alfredo De Angeli desdentado impedía presentarlo como el líder de una supuesta oligarquía terrateniente, el perfil de Redrado –sus trajes perfectos, la fachada de su casa y su impresionante Audi gris– sí permite identificarlo como un referente del neoliberalismo, lo cual demuestra que la imagen no siempre puede ser guiada con mano maquiavélica por los directivos de los canales privados y que a veces se independiza, generando efectos insospechados.

El intento oficial por situar el debate en términos de neoliberalismo-antineoliberalismo encuentra otros escollos. En primer lugar, por la evidencia de que Redrado fue durante años funcionario (y funcional) al modelo K, como vicecanciller primero y como titular del Banco Central después, por lo que no tiene mucho sentido descalificarlo, ahora, como un ortodoxo puro y duro.

Pero lo central, más allá del juego de imágenes y antecedentes, es la discusión económica de fondo, que tampoco es tan transparente. El Fondo del Bicentenario es uno de los pasos del plan de Amado Boudou –cuya formación, estilo y hasta opción estética no son tan diferentes de las de Redrado– para volver a los mercados internacionales de capitales, plan que incluye la anulación de la “ley cerrojo”, la negociación con los holdouts, el reinicio de la conversaciones con el Club de París y hasta un posible nuevo acercamiento al FMI. Y no se trata de cuestionar esta estrategia, que busca que Argentina pueda volver a refinanciar sus deudas como hacen casi todos los países, sino de ponerla en su justo contexto: acertada o no, la decisión es cualquier cosa menos la gesta antineoliberal que creen ver algunos integrantes del kirchnerismo sunnita.

El eje fue cambiando. En un segundo momento, cuando la discusión había escalado y Redrado se atrincheraba en el Banco Central, el debate comenzó a girar en torno de la utilización de los recursos liberados por el Fondo del Bicentenario, acercándose, ahora sí, a los términos favorables al Gobierno. En efecto, la idea de que el pago con reservas permitiría obtener recursos adicionales para ampliar el gasto social, financiar nuevos proyectos de infraestructura o construir más escuelas –frente a una oposición que propondría pagar la deuda ajustando– puede ser válida, pero también tiene un problema. Por mandato constitucional, el encargado de asignar los recursos es el Parlamento, por lo cual la oposición tiene todo el derecho del mundo a reclamar un lugar en el debate acerca del destino de estos fondos (esto fue más o menos lo que planteó el radicalismo cuando propuso apoyar el desplazamiento de Redrado a cambio de discutir el Fondo del Bicentenario). Esta posibilidad, ajena al estilo decisionista del kirchnerismo, obligaría al Gobierno a convocar a sesiones extraordinarias o posponer su proyecto hasta marzo.

Pero no sólo el Gobierno tiene problemas para instalar el debate en los términos que más lo favorecen. Al igual que el oficialismo, la oposición también busca instalar su propia división. La de Elisa Carrió es, desde años, autoritarismo-institucionalismo. Para un sector de la derecha, el eje es populismo-república, clivaje que reproduciría las divisiones que se viven en otros países de la región (en particular Venezuela) y que ha tenido bastante éxito en las clases medias de los grandes centros urbanos. En la campaña de 2007, la frontera elegida por Mauricio Macri fue eficiencia-ineficiencia (aunque, a juzgar por los resultados de su gestión, va a tener que ir buscándose otra idea). El eje de Luis Patti viene siendo, desde hace años, garantismo-mano dura. Y el clivaje que a su manera ambigua pero persistente intenta definir Julio Cobos es quizás el más inteligente de todos: al centrar la disputa en el eje consenso-conflicto, el vicepresidente instala un clivaje que niega los clivajes, una división del campo político cuyo quimérico objetivo es superar las divisiones.

La estrategia es astuta pero no perfecta. Cobos ocupa un lugar institucional único, que lo ayuda y a la vez le impone límites a sus ambiciones. Lo ayuda porque, desde su cargo de vicepresidente –es decir, como nexo natural entre el Legislativo y el Ejecutivo– puede afirmar que quiere “ayudar” al gobierno del cual sigue formando parte. Y si el oficialismo denuncia el cinismo y el fondo anti-institucional detrás de esta postura, Cobos responde que su intención es ayudar a la Casa Rosada incluso contra sus propios deseos (como si el Gobierno fuera un chico que no sabe lo que quiere): ésa fue, de hecho, la justificación del voto no positivo. En este contexto, su principal atributo político –la percepción social de que es un límite a los Kirchner– le exige mantenerse en su puesto de vicepresidente, pero también puede encerrar el germen de su fracaso si alguno de sus movimientos es interpretado como obstruccionismo o, peor aún, desestabilización. El problema es que la idea del consenso no puede funcionar siempre. En ciertos momentos, la política exige definiciones por sí o por no (y, por lo tanto, conflicto). En la disputa por la 125, Cobos votó contra el Gobierno; ahora, según han dejado trascender sus allegados, podría acompañar con su voto en la comisión la decisión de Cristina de desplazar a Redrado del Banco Central. Obligado a medir milimétricamente cada movimiento, cada gesto, Cobos transmite una combinación de moderación y firmeza que le ha dado buenos resultados, aunque la cornisa por la que camina es estrecha y la distancia de 2011, muy larga.

jueves, 20 de septiembre de 2012

FACEBOOK, LAS REDES SOCIALES Y EL CLIENTELISMO

Aquí tienen un muy buen artículo de María Esperanza Casullo sobre la cuestión del clientelismo. Se armó un debate interesante, con voces diversas (aunque predominantemente kirchneristas o filo-kirchneristas).

La foto que ilustra el post fue compartida por varios de mis contactos en mi cuenta personal de Facebook.

A más de uno le deben llegar muchas muestras de racismo e intolerancia similares a las que ilustra la foto.

Es importante criticar aquellas cosas que nos parecen mal del actual gobierno. Eso sí: les aseguro que este tipo de fotos hace que cada vez me acerque más al oficialismo.

En éste link puede leer un muy interesante post de Abel, sobre el candidato republicano Romney.

Adenda: Si pinchan aquí, podrán ver una entrevista muy interesante a César González -alias Camilo Blajaquis- : un escritor  y poeta cuya experiencia de vida vale la pena conocer.

En este artículo, Sarlo tiene la suficiente amplitud mental como para señalar cuestiones que se le escapan a varios periodistas y "pensadores" de la tribuna de doctrina:

(...) Décadas después, el lenguaje de la discriminación vuelve a utilizarse para describir a los manifestantes del jueves pasado. De nuevo, las calles que se mencionan son Santa Fe y Callao como centro místico de la convocatoria. Si ese lenguaje podía describir adecuadamente la anterior movilización de caceroleros, que fue pequeña y poco entusiasta, no parece el más adecuado para la última. El cruce emblemático de las dos avenidas de Barrio Norte tuvo decenas de espejos en las ciudades argentinas.

Sin embargo, las críticas kirchneristas a la movilización del jueves se apoyan en datos y citan consignas indiscutiblemente escritas en las páginas de Facebook que propagandizaban la convocatoria. Allí se ha usado el lenguaje del odio contra los planes sociales y la asignación universal ("planes descansar" y "asignación para coger", entre otras frases), que no salió de la cabeza de Cristina, sino de una iniciativa presentada, hace años, por Elisa Carrió. Este despiste ideológico, la antipatía contra la política y el encierro dentro de los propios deseos indican el terreno fracturado en el que se mueve la protesta.

Por televisión algunos relatores periodísticos se entusiasmaron recordando la "primavera árabe". No recordaron, sin embargo, quiénes ganaron las elecciones en Egipto después de esas movilizaciones de masas. Por televisión también se subrayó la ausencia de toda interpelación política. Se olvidó, sin embargo, que es la política la que puede dar una continuidad a las reivindicaciones de quienes se movilizaron el jueves.

Para seguir leyendo:






martes, 18 de septiembre de 2012

ALEJANDRO KAUFMAN Y LOS CACEROLAZOS DE 2001

Me pareció interesante hacer “revisionismo histórico” con una entrevista que Alejandro Kaufman le dio a Página 12, publicada el lunes 28 de enero de 2002. Les copio y pego la entrevista:

 “Uno no constituye una acción política por los ahorros”

Lejos del entusiasmo por los cacerolazos, ve un capricho donde otros leen una toma de conciencia. Critica el consumismo y la complicidad con los que prometieron acercarse a Miami a costa del sufrimiento y la marginación de otros. Una crítica dura que hace pensar.

 Por María Moreno

¿Qué opina del entusiasmo del italiano Paolo Virno ante los cacerolazos en Argentina? ¿Comparte su entusiasmo ante el surgimiento de la “multitud” en desobediencia civil?

–Cuando Virno percibe algo positivo en lo que está pasando en la Argentina, vía cacerolazos, está hablando desde sociedades que tienen derechos civiles, instituciones fuertes y una cultura de la integración. En la Argentina las instituciones realmente consistentes, es decir que se sustentan sobre fenómenos de integración, de reconocimiento del otro y que constituyen espacios de amparo para sus integrantes o para terceros, -porque no hay que pensar solamente en lo bueno, en lo que uno comparte– son la familia y la policía. Y cuando me refiero a la policía no me refiero solamente al cuerpo de los integrantes de la policía sino a toda la cultura policíaca.

–Le pido un poco de historia.

–Este país tenía la utopía de volver a Europa haciendo Europa aquí. Y de realizarla a través de la corriente inmigratoria con la idea de culminar a imagen y semejanza de los países llamados desarrollados. Hasta 1976 esa utopía se realizó en un proceso creciente de integración social. El yrigoyenismo, el peronismo, el movimiento revolucionario de los setenta planteaban de distintas maneras una lógica del reconocimiento del otro que es lo que define a una verdadera institución social. Cuando eso se quebró ni los emprendimientos culturales, ni los sociales, ni el enriquecimiento relativo que pueda tener una clase media fueron objeto del reconocimiento del otro –y el otro es tanto el que está arriba, como el que está al costado o abajo–. Por eso en la Argentina es tan fácil la guerra de pobres contra pobres, la ruptura del lazo solidario. Y es porque los procesos históricos que han intentado crear otra cosa han fracasado o han sido destruidos. Yo creo que si uno tiene que recurrir a una referencia sobre una experiencia histórica real de justicia social tiene que pensar en el peronismo. Y el hecho de que durante décadas buena parte de la clase media argentina, incluidos los intelectuales progresistas y las izquierdas, no hayan reconocido que el peronismo es la condición práctica de la experiencia real de la justicia social fue grave. Que hoy en día siga teniendo vigencia el término “gorila” y que haya gente que se identifica como tal indica la incapacidad de saldar la historia que tiene esta sociedad. En las sociedades donde hay reconocimiento del otro no es que no haya guerra civil ni oposición interna o lucha de clases, pero los contendientes no consideran al otro ajeno a la nacionalidad.

–O a lo humano como desde el gorilismo, el aluvión zoológico.

–En esas sociedades desde las que habla Virno yo considero al otro propio de mi comunidad aunque lo mate porque diverja con él. Por ejemplo, si yo soy un aristócrata y el otro es un punk, y ese punk vomita, yo le tiro gases pero no digo que no es de mi nacionalidad, de mi país.

–Aquí hay una enunciación que siempre retorna: el otro a expulsar se define como “no argentino”.

–En ese sentido 1955 es un primer momento gravísimo. ¿Cómo una historia se puede construir sobre la integración de todo un colectivo social a la vida económica y cultural del un país al que después se vuelve a expulsar? Si alguien creció, se desarrolló, se integró y yo lo reconozco como tal no puedo pretender que vuelva a donde estaba antes. Eso provoca una condición de desamparo, una lesión indeleble.

–Usted advierte un primer quiebre con la política de la integración en el ‘55. Más allá del comienzo desembozado de una política del sacrificio en el ‘76, ¿cómo ve una continuidad?

–En 1976 lo que se propone es: vamos a construir una sociedad sobre el sacrificio de una parte de ella. Y esto lleva a la destrucción de toda la sociedad. Porque una sociedad no puede plantearse en esos términos (fue lo que pasó con el nazismo alemán). El menemismo renueva esa propuesta con lacomplicidad de la clase media a la que le propone, bajo la condición del sacrificio de lo que ahora son catorce millones de pobres, realizar esa utopía de “ser como ellos” en su forma más baja, es decir consumista al modelo Miami. Y acá hay que señalar una cosa: Menem fue reelegido. El primer Menem mintió, el segundo fue reelegido. Y el sujeto social que ahora protesta es el que reeligió a Menem. Acá lo que duele no es que yo pierda lo que tengo sino que me lo saque el otro que estuvo de acuerdo con que yo lo tuviera. Y ese es nuestro sufrimiento. Tengo un recuerdo del último año, donde no fue el movimiento social el que derribó meramente el gobierno sino que el gobierno hizo todo lo posible por autodestruirse. Había sido un año en que cada tantas semanas había un nuevo ajuste y hubo una noche que yo sentí como un límite. Salió en un titular de La Nación algo así como “En el 2002 se está pensando en no pagar el aguinaldo”. Esa era una forma perversamente cruel no de aplicar la guillotina sino el garrote vil, ese tornillo que gira lentamente pero que no logra matar al patibulario sino que hay que volverlo a dar vuelta. No un corte cruel e indoloro sino la tortura. La pregunta es entonces ¿cómo fue posible que tardara tanto en producirse un movimiento social? Ahora, si el movimiento de los cacerolazos tiene algo de creatividad es su ira y su catarsis de ese sufrimiento.

–Usted no ve aquí esa multitud protagonista en la que Virno encuentra fecundidad política.

–Yo pienso que hay que diferenciar entre un movimiento de oprimidos y un movimiento de damnificados. El del cacerolazo es un movimiento de damnificados que están reclamando que se haga lo que se les prometió. Y lo que se les prometió era un cierto bienestar en base al sacrificio de una parte de la población, pero ese bienestar no se garantizó porque, llegado el momento, los más poderosos se quedaron con todo. Entonces, en este movimiento uno puede encontrar heterogeneidades, anomalías, diversidades, pero se trata de un movimiento que cree en la normatividad, cree en la propiedad. Que son todos conceptos socialmente discutibles, más cuando se han constituido en pocos años sobre una violencia extrema bajo la forma de la exclusión, el genocidio y el empobrecimiento. Y aquí hay que agregar otra cosa, que es también poco común en otras sociedades, y es que el problema de la Argentina no es la pobreza ni la confiscación de depósitos sino que uno obtiene algo en base a un esfuerzo en el transcurso del tiempo por un proyecto aparentemente común y después se le quita arbitrariamente y de una manera caprichosa, sin ningún motivo justificable como una catástrofe natural o una guerra. Vos fijate esta frase, “Que se vayan todos”, dicha por los caceroleros. El momento de decirla era 1984. En ese momento hubiera significado “que no vengan éstos que estuvieron donde no tenían que estar, en la dictadura de la que fueron cómplices”. ¿Por qué se la dice ahora? ¿Zamora se tiene que ir? ¿Alicia Castro? ¿Elisa Carrió? ¿Patricia Walsh? Es demencial no articular un fenómeno de protesta con los sectores que tienen algo que decir. Estos damnificados que no obtuvieron lo que esperaban obtener por su complicidad y complacencia durante estas décadas, los meten en la misma bolsa con sus propios benefactores fallidos sobre los que ahora escupen. A eso llamo yo capricho. Porque si fuera un deseo sería interesante. Es el capricho de quien tiene su subjetividad entregada al confort, a la comodidad, a la complacencia. No es casual que todo este movimiento sea de gente que nunca militó en nada, que nunca salió a la calle. Otro componente del concepto de damnificado es la conversión. Estos damnificados son conversos de lo que pensaban hace un ratito. El oprimido en cambio no es un converso, es alguien que ha sido sustraído a su deseo de libertad frente al cual la única posibilidad que le quedaba en caso extremo era suicidarse. Ahora, en ciertas ocasiones los colectivos producen esos milagros seculares o ateos que son las rebeliones. Pero no es el caso de este movimiento que vemos aquí. Hay una frase de Lenin que dice hay que separar la paja del trigo.

–Y otra de Marx que dice “Sí, hay mil obreros, pero ninguno comunista”.

–Debe significar algo parecido. Como “Muchos vecinos pero ningún ciudadano”. Porque hoy el que reclama algo es el directamente afectado, entonces se rompe la cadena de solidaridad. El que tiene hambre, pide de comer, y el que tiene los ahorros en el corralito pide los ahorros.

–Eso no tiene una dimensión política.

–Es que en la Argentina existe una política de la entrega y de la quita. Es como cuando se construyen edificios sin ventanas que se puedan abrir porque va a haber aire acondicionado, pero después no hay presupuesto para el aire acondicionado. Cuando un político quiere construir una obra nunca va a dotar de elementos a un hospital sino que va a construir un hospital porque los elementos de un hospital producen una penuria gris constante y mediocre, lloricona, que no opera políticamente pero sí opera el edificio que después va a quedar como “obra” aunque esté vacío porque no hay recursos.

Está ese átomo de multitud que protesta frente al lugar donde fueron asesinados los tres jóvenes que miraban el cacerolazo por TV. Y la que forma parte del reclamo por el corralito no asocia una causa con la otra.

–Ese acontecimiento fue muy interesante porque no pedían más cárceles, más castigos, tuvo un signo de tipo más bien convivencial. Pero no se articuló. Tengo un escepticismo muy grande en cuanto al relato entusiasta de lo que está pasando. Un amigo me decía en estos días “Habrá que catacumbarse”. A mí no me gustó esa palabra: vos podés catacumbarte frente a un poder consistente, a una institución poderosa sólida, monolítica, frente a la cual vos, como entidad débil, te escondés. Acá las instituciones son fluidas, disgregadas. La imagen que se me presenta en estos días es la de Sodoma y Gomorra, la de una ciudad que se autodestruye porque la ausencia extrema de acciones justas lleva a un todos contra todos que disuelve el lazo social. Entonces el peligro de la Argentina, la catástrofe, no es material. No es solamente la pobreza sino el desamparo al que nos hemos sometidos nosotros mismos y del que somos cómplices los que hemos podido viajar, comer, estudiar en estos años, no con nuestra acciones, sino como cuando uno acepta el donativo del poder o de la mafia. Porque el amparo no es el bienestar sino el reconocimiento frente a las dificultades. ¿Qué pasó con eso? La catástrofe de las inundaciones de la provincia de Buenos Aires que fue atroz verificó un desinterés del conjunto de la sociedad por sectores que fueron la cuna de la fuente de recursos incluso simbólicos de la Argentina. El desamparo del estanciero, del chacarero y del trabajador rural no es porque se les inundó el campo, es porque no es objeto de interés por el resto. Y no por el estado o el gobierno sino por el conjunto social. Nunca hemos sabido negarnos al sacrificio de otros que quedaron afuera y no lo digo como mea culpa, algunos hemos resistido de distintas formas, culturales, sociales, políticas, muy minoritarias, no escuchadas, no reconocidas, sin presencia en este movimiento actual. Este movimiento actual está desgajado de la historia de la resistencia de estos años que si bien trata de integrarse no está reconocida por el movimiento: Las Madres de Plaza de Mayo, los HIJOS, los familiares de presos. Los sectores educativos, por ejemplo, hemos sido totalmente denigrados porque la carpa blanca estuvo 1000 días y el incentivo se vuelve a desconocer ahora en medio de todo este movimiento. Tampoco esta salida de la Ctera planteando que no va a haber clases en marzo tiene la suficiente relación que uno esperaría con el movimiento cacerolazo. Y otra cosa que asombra es la escisión o el divorcio casi total con la corriente clasista y combativa y el movimiento piquetero.

Hay algo que es interesante en el movimiento que es un intento de regulación interna de la violencia.

–El movimiento cacerolazo no es pacífico. Es manso. La dinámica cacerolera es que la gente va y está un tiempo y después se va, cuando se empieza a enrarecer el ambiente. Porque hay sectores radicalizados y provocadores. Y los provocadores no son determinantes de la violencia. Unprovocador no puede producir la rotura de todos los cajeros del centro. Eso lo hace un sector del movimiento social y el conjunto del movimiento cacerolero no tiene ni la capacidad de evitar la violencia –porque el pacifismo significa el coraje de enfrentar a la violencia– ni con la policía ni con los provocadores. Por eso digo: la policía es una institución que funciona porque ha sido cómplice de la demolición de edificios mientras que el movimiento social va lleno de ira y termina rompiendo la pantalla de un televisor. No ha reaparecido la violencia en la Argentina. No digo que tendría que reaparecer pero lo que uno puede verificar es la mansedumbre. Es un movimiento manso, tranquilo a lo Piero que testimonia su inquietud por haber perdido un bienestar módico pero que, al mismo tiempo presenta fenómenos de creatividad como la ira y la catarsis que es la exteriorización del sufrimiento. Lo que sí me resultó significativo es que no se pudiese haber evitado la represión del 20. El hecho de que hubieran tenido que morir 20 personas y nadie lo pudiera evitar. En esta sociedad el hecho de que muera gente a nadie le produce miedo. No asusta. Se tolera. Entonces ahí también hay una tensión que no hay en otros países latinoamericanos entre un discurso bien intencionado de la ley, de la moral y de las buenas costumbres y de los derechos humanos y una realidad en que la vida tiene poco valor. Hay un imaginario del cacerolazo como algo de una gran potencialidad que no se está verificando. Uno no constituye una acción política solidaria alrededor de los ahorros. Se constituiría, por ejemplo, si se donaran los ahorros a los hambrientos. Qué reclamo tan desagregado y desintegrador social es por ejemplo: Yo tengo una enfermedad gravísima que tengo que tratar con mis ahorros, no me dan mis ahorros y entonces no puedo tratar mi enfermedad . Esto sucede en lugar de que haya un mecanismo social de asistencia que fue destruido. Y como fue destruido me moriré. Y siguiendo con lo de los damnificados: no es verdad que existe la propiedad de esos depósitos porque el valor de esos depósitos fue constituido sobre fenómenos de exclusión de sectores sociales y de enajenación de los bienes nacionales. No es mío sino nuestro y habría que discutir qué significa ese nosotros. No hay una relación entre lo que el movimiento cacerolazo dice de sí mismo y lo que es. No es un entusiamo, es un capricho. Es como la movilización que hubo en torno de las Malvinas, la de una multitud pasiva que en un momento dado se encapricha con algo que percibe espontáneamente y después abandona como un niño sus juguetes.

–Hay quienes ven los cacerolazos en el marco de los movimientos antiglobalización.

–El movimiento antiglobalizador como otros movimientos europeos y norteamericanos de los setenta o los ochenta han sido cuestionadores del consumismo o de la forma capitalista de existencia. Este es todo lo contrario, es un grupo que protesta porque no se les proporcionó la garantía de que iba a continuar este sistema de consumismo. Si acá se logró la globalización con una integración al consumismo, la dialéctica globalización–antiglobalización es una dialéctica que nos es distante aunque ejerza efectos sobre nosotros. A lo que se agrega una distancia literal. Para la clase media ser el país que quería ser significa aproximarse a ese mundo del que hemos sido desarraigados y del que estamos muy lejos incluso físicamente. Hoy esa distancia física que se refiere a nuestros propios movimiento corporales y al acceso a los bienes se duplicó. Porque se duplicó el valor del dólar. Somos como un tipo de clase media que vende sus muebles para poder asistir a un crucero de lujo con un millonario y después se vuelve a la casa y no tiene muebles mientras que el crucero ya pasó. Entonces ni podemos comprar un pasaje para el país del mundo donde se haga la próxima reunión antiglobalización. Y a vos el diario no te va a mandar.

–Tenemos menos acceso a los instrumentos de nuestra propia colonización. Lo que Virno cree ver en lo cacerolazos en parte puede sererróneo pero sus textos que nos servirían como instrumento crítico a traducir, nos quedarán más lejos.

–Por supuesto. ¿Y Davos? ¿Vos estuviste en Davos? ¿Te acordás cuando Perón preguntó alguien vio un dólar? Ahora no por estar lejos eso nos es ajeno porque lo vemos por televisión, lo leemos en los diarios, lo vemos por Internet. Entonces hacemos algo: entre otras cosas, un consorcio. Pero ojo, no quiero que esto funcione como una profecía. Tal vez quede un saldo positivo del movimiento cacerolazo: recuperación de la dignidad, requisición de justicia. Y quizás esta incipiente apertura a la cuestión de la nación produzca efectos después. Esto significa percibir que hay una ausencia de un nosotros que nos deja en el desamparo y que sin esa idea cualquier emprendimiento que hagamos peligra quedar en la intención.

sábado, 15 de septiembre de 2012

ALGUNAS REFLEXIONES MÍNIMAS A PARTIR DE LOS CACEROLAZOS



Las protestas con objetivos puntuales y específicos tienen, por lo general, más posibilidades de obtener resultados. No siempre cuando uno reclama o marcha obtiene lo que quería, pero puede generar presión para negociar. Si por ejemplo un sindicato hace un paro y convoca una marcha, puede obtener más de lo que tenía antes de reclamar. Es cierto, también puede ocurrir que, por diversas circunstancias, no les den mucha bola (eso está atado a cuestiones de poder más que de “moral” o “buenas costumbres”).

Las personas que asistieron a la marcha están en todo su derecho a manifestarse en contra del actual gobierno, porque estamos en democracia y -entre otras cosas- de eso se trata… Sin embargo, me permito decirles lo siguiente, y luego si alguno quiere debatimos alguna cuestión más en concreto.


Las personas convocadas por Blumberg para pedir más seguridad, o quienes lo hicieron en contra de la resolución 125, lo hacían por motivos más concretos, más allá de la adhesión o el rechazo que a cada uno le pueda suscitar el reclamo. 

Ahora si se protesta por algo difuso, vago o múltiple como ocurrió el jueves pasado, todo tiende a reducirse a un “basta de Diktadura”, “que se vaya Cristina” o proclamas de ese estilo, la cosa se complica un poco. ¿Por qué? Porque CFK y el gobierno NO LES VAN A DAR MUCHA PELOTA.

Me dirán: “una marcha es expresar el hartazgo y la disconformidad de un sector ante TODO lo que hace el gobierno”. Responderé: justamente ahí está el problema, ¿por qué un gobierno que hace un año ganó con el 54% de los votos, debería prestar especial atención a un reclamo general que va en contra de su proyecto? Noten que dije “especial” atención.

Es evidente que el gobierno debería o le convendría o tendría que prestar atención de algunas cuestiones puntuales que circularon en la marcha del jueves. Pero de hacerlo, seguramente lo hará dentro de su propia matriz.

Si a raíz del cacerolazo, el gobierno cambiara el rumbo general de sus políticas, eso equivaldría a llevarle el apunte a la imposición de una minoría intensa por sobre una mayoría que votó por otra cosa. Y eso no me parece muy democrático que digamos.

Si le dicen a un funcionario: “estoy en contra de la inseguridad, de la corrupción, de la inflación”, el tipo (o la tipa), tranquilamente te podría responder: “yo también”.

Si como hincha de Boca me le paro al lado a Falcioni y le grito: “¡viejo, yo quiero que Boca salga campeón, la concha de tu madre!”, el técnico de Boca –si obrara de manera tolerante- me respondería: “yo también capo”. ¿Me explico?

Si TODO lo que hace el gobierno te parece terrible, eso equivale a que todo te da más o menos lo mismo. Lo mismo ocurre si TODO lo que hace el gobierno te parece magnífico. A mí por ejemplo, que la presidenta implemente conferencias de prensa para que Lanata le pregunte lo que quiera, ME IMPORTA TRES CARAJOS o, en todo caso, me parece una medida muy menor respecto de otras cuestiones que me preocupan muchísimo más. Ejemplo: la política ferroviaria, combatir la mafia de la bonaerense (reformar la policía), pelear contra las barras bravas en el fútbol, combatir la “trata de blancas” (adolescentes, muchas veces de provincias o países limítrofes, que son obligadas a ejercer la prostitución), etc.

¿Por qué me importa un carajo que CFK de conferencias de prensa? Porque a muchos de los que creen que Cristina es una “yegua montonera hija de puta que se afana todo” no les importa una mierda lo que tenga para decir. Y como dice el chamigo Bosnio:

“Los ministros que sí dan entrevistas, conferencias de prensa, como Nilda Garré, no gozan de mayor aprecio general que los que no. No asisten a sus conferencias los pensadores más profundos sobre la seguridad, sino algunos noteros que vienen de tratar una nota de color con Susana o un asalto y luego seguirán con deportes. No surgen de sus conferencias de prensa debates de largo plazo sobre políticas de seguridad. En general no surge nada, a lo sumo alguna chicana de tal o cual notero que quiere poder titular con su pregunta más que con la respuesta. No digo que deberían prohibirse, ni le exigiría a mis representantes a negarse a presentarse a ese show inútil, pero hacer de eso la estructura del debate público me parece que hay una mistificación del proceso de conferencias de prensa y del funcionario como actor intelectual”.

En lo personal, me gustaría avanzar sobre cuestiones tales como:

La política ferroviaria (Tragedia de Once); una reforma tributaria más justa y progresiva; la reforma policial (Inseguridad), la aplicación de la ley de medios, entre otras muchas cosas. ¿La corrupción? Me parece un reclamo que, enunciado de ese modo, es muy difuso. ¿Por qué? Porque la corrupción no es una política de Estado. Tendría mayor sentido si reclamo por alguna medida concreta que, según mi parecer, entorpeciera los mecanismos que tienen los gobernantes para corromperse. Porque si yo le digo a un gobernante: “está mal afanar” o “la corrupción es un flagelo”, me va a responder, “absolutamente, tenés razón”.
 
¡Abrazo de gol!

PD: agradezco la intervención de SDM en el siguiente link, que me ayudó a poner en orden mis ideas:

http://seminariogargarella.blogspot.com.ar/2012/09/son-geniales.html

ADDENDA: Como pretendo ser intelectualmente honesto, si linkean acá pueden encontrar fotos de la marcha enviadas y seleccionadas por Clarín.