jueves, 23 de abril de 2009

ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS

LENGUAJE Y MEMORIA

Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos):

Ficha técnica: Director: Michel Gondry. Guión: Charlie Kaufman, Michel Gondry, Pierre Bismuth. Año: 2004. Personajes principales: Joel Barish (Jim Carrey) y Clementine Kruczynski (Kate Winslet).

La película narra como Joel Barish –resentido al enterarse de que su novia lo ha borrado de su mente- se plantea la posibilidad tecnológica de eliminar por completo los recuerdos de su amada (Clementine Kruczynski). La trama muestra la batalla que se desarrolla en la psiquis de Joel, y bucea en sus recuerdos, traumas, dudas, sentimientos y humillaciones personales.

El protagonista acude a Lacuna Inc. -empresa que promete la felicidad mediante el borrado selectivo- para que le supriman toda historia anterior relacionada con su novia. El borramiento queda a cargo de los ayudantes del Dr. Mierzwiak: Stan (Mark Ruffalo) y Patrick (Elijah Wood), dos sujetos lo suficientemente torpes e irresponsables como para presumir que todo va a salir mal. Narcotizado y conectado a la máquina, Joel se arrepiente de su decisión y, con el objeto de preservar huellas mnémicas de Clementine, emprende la fuga por el interior de su psiquis, tratando de encontrar huecos en el subconsciente que preserven los momentos vividos con ella.

La película no es una típica comedia romántica, o sí es una típica comedia romántica, o maoméno, o vayunoasabé... Cuestión que también se plantea cuestiones filosóficas profundas, como ser la relación entre memoria e identidad y la cuestión del duelo amoroso.

Los personajes son inseguros y en cierta medida autodestructivos, pero el borramiento de los recuerdos dolorosos no los hace superar sus problemas para empezar una vida nueva, sino que tienden a repetir los mismos errores. Este punto del film tiene resonancias psicoanalíticas, pero no vamos a adentrarnos en eso porque, esteee, bueno, básicamente porque no tengo la más puta idea de psicoanálisis. ¡Seamos buenos entre nosotros y dejemos de mentirle a la gente!

Dificultad para olvidar:

Desde los albores de la antigua Grecia hasta la época barroca, la gente se preocupó de desarrollar la mnemotecnia: el arte de la memoria. Este procedimiento era una suerte de esfuerzo destinado a ayudar al hombre a recordar la totalidad del saber conocido. Pero ya en esos tiempos en que existía la tradición mnemotécnica se planteó el problema de saber si existía también una técnica para olvidar.

Según los mnemotécnicos clásicos, se olvida por enfermedad, por represión, ebriedad o accidente. Lo cierto es que todo parece indicar que es imposible el olvido voluntario. ¿Por qué motivo? Si sabemos qué es exactamente lo que queremos olvidar –un amor desdichado, la muerte de una persona amada o la ignominia de una humillación-, sabemos que cuanto más nos esforzamos por borrar ese recuerdo que nos provoca dolor, con más fuerza ayudamos a que se sitúe en nuestra conciencia. Por ejemplo: las personas que recién se divorcian y quieren olvidar su pasado con el ex esposo o ex esposa suelen hacer actividad física para no pensar, dejan de ir a lugares que evoquen la presencia del otro, frecuentan personas nuevas... No se puede emprender una "nueva vida" sin olvidar parte de nuestro yo anterior.

Tal mecánica individual que nos impide olvidar, esta imposibilidad de hacer un arte del olvido personal, no existe tratándose de colectividades. Quizás esto se deba a que la memoria colectiva ha sido delegada en especialistas, en los historiadores, los archiveros, en los periodistas, que pueden elegir entre el silencio, la reticencia, la censura.

Sin embargo, no se trata solamente de eso, pues tal memoria colectiva se las arregla, a veces, para sobrevivir a las censuras del poder y a los silencios de los historiadores. Ocurre que, por restablecer la concordia, para favorecer una nueva alianza, el poder político se calla y pasa en silencio la xenofobia, la memoria de una guerra, de una invasión, de una colonización. Pero la memoria colectiva resiste: la gente murmura, la memoria subsiste por el cotilleo, la sátira, los cotidianos actos de desconfianza.

A grandes rasgos, puede decirse que hoy en día, la memoria colectiva se encuentra bloqueada no por la ausencia, sino por el exceso de información. El saber histórico nos abruma. Antiguamente, la única forma que tenía la gente de conocer su pasado era por medio de leyendas, de simplificaciones poco realistas. El mundo moderno, en cambio, ha elaborado una técnica historiográfica rigurosa, de manera que hoy sabemos lo que nuestros antepasados no sabían. Este depósito de memoria histórica ha llegado a ser excesivo.

Nuestro poder de discriminación y de elección se paraliza ante la avalancha de información: optamos por renunciar. Saber demasiado es lo mismo que no saber nada.

El tiempo y la identidad:

Borges nos recuerda que el momento presente consta de un poco de pasado y un poco de porvenir. El presente es inaprensible, está continuamente volviéndose pasado: constantemente sentimos que nos deslizamos a través del tiempo, de modo tal que podemos decir que pasamos del futuro al pasado, o del pasado al futuro, pero no hay un momento en que podamos decirle al tiempo: “¡Detente instante, eres tan hermoso!”. El presente no se detiene. No podríamos imaginar un presente puro; sería nulo. El presente tiene siempre una partícula de pasado y una partícula de futuro. Y parece que eso es necesario al tiempo. Es el problema irresoluble de la identidad cambiante, de la permanencia en el cambio. Como dijo Don Gorilón: “Si hablamos de un árbol que crece no decimos que un árbol chico es reemplazado por otro más grande que será reemplazado a su vez por otro más grande aún”. Uno ha tenido tres años, y luego diez años, y luego quince hasta llegar al momento presente. ¿Somos la misma persona o somos personas distintas en cada caso? En cierto sentido somos la misma persona y en cierto sentido somos otros. Lo concreto es que somos una mezcla de olvido y recuerdo de nuestros momentos pasados, y vivimos en el ápice vertiginoso entre el “ya no” del pasado y el “no todavía” del futuro. Estamos tejidos por una mezcla de nostalgia y esperanza, de temor y realización momentánea de nuestros sueños y proyectos.

En cierto modo, los animales beben cuando tienen sed, comen sólo cuando tienen hambre y obedecen a sus instintos cuando sienten el llamado interior de los apetitos del cuerpo, mayormente sin prever el futuro ni recordar el pasado (al menos no al modo humano, entre otras cosas porque carecen de nuestra capacidad lingüística, a pesar de ejemplos en contrario como Ricardo Fort o el personaje de Mariano Martínez en “Valientes”). En síntesis y a diferencia del ser humano, los animales están atados al instante. El animal vive el momento presente: no sabe disimular, no oculta nada, se muestra en cada momento totalmente como es y, por eso, es necesariamente sincero; tan falto de simulación como un perro que se prende a la gamba de su dueño.

No sólo la memoria y el lenguaje están íntimamente relacionados con quiénes somos (y en consecuencia condicionan lo que podemos ser), sino que tanto el exceso de recuerdo como la abundancia de olvido son nocivos.

El pensamiento se construye con el lenguaje y la memoria. Allí donde hay memoria hay, necesariamente, pensamiento y lenguaje. Se suele decir que en el transcurso de una conversación hay alguien que “conduce” el diálogo hacia cierta dirección. En rigor, yo diría -con Gadamer-que es más lícito decir que “vamos a parar” a una conversación, que “nos enredamos” en una conversación sin saber muy bien al empezar en qué íbamos a terminar. Pensamiento y lenguaje no están en nosotros, sino que nosotros estamos inmersos en el lenguaje y nuestra identidad está construida por olvidos y recuerdos.

Esto no quiere decir que la estructura del discurso refleje exactamente la estructura del pensamiento, pues el pensamiento no se vierte necesariamente con palabras como si de vestimenta se tratara. Efectivamente, el pensamiento no tiene su equivalente automático en las palabras: la transición del pensamiento a la palabra pasa por el significado, y en nuestra forma de hablar hay siempre un pensamiento oculto, un subtexto difícilmente expresable. Esto queda claro cuando las personas piensan cosas y se les pide que las expresen en palabras: les cuesta trabajo o no pueden hacerlo. De ahí que cobre sentido la frase “no tengo palabras para decirte lo que me pasó”. Aunque no son lo mismo, pensamiento y palabra están estrechamente relacionados, al punto que podría decirse que una palabra desprovista de pensamiento es algo muerto, y el pensamiento que no llega a materializarse en palabras sigue siendo una sombra oculta, un espectro que ha pasado por las aguas del Letheo. El paso del pensamiento al lenguaje atraviesa por el significado, ese sentido que las palabras cobran de manera relacional en un contexto y en un uso, en una entonación y en la manera de decirlas.

¿Y a todo esto, dónde carajo quedó la película? No sé, vealán que está güéna!