miércoles, 15 de julio de 2009

BOLAÑO: SOBRE HUCKLEBERRY FINN DE MARK TWAIN




"A mí no me importa a qué raza pertenece: si es blanco, negro o amarillo. Es un hombre y no puede haber nada peor".
(Mark Twain)


Acabo de leer “Nuestro guía en el desfiladero”, un artículo de R. Bolaño donde se habla de Moby Dick de Herman Melville y de Las Aventuras de Huckleberry Finn, para muchos la mejor obra de Mark Twain.



Lo que Bolaño dice sobre Huckleberry Finn, como prefiguración de parte de la obra de William Faulkner y de Hemingway, es maravilloso:


Las aventuras de Huckleberry Finn no es una novela para gente decente sino más bien todo lo contrario, y eso es curioso, pues el éxito de esta novela entre gente decente, que al fin y al cabo son los compradores y consumidores de novela, fue enorme, la novela se vendió (y se sigue vendiendo) en cantidades astronómicas, lo que dice mucho de las pulsiones secretas de la gente decente o de la clase media, esa clase media hacia la que todos nos encaminamos, como soñaba Borges, y sin duda se leyó poco en los círculos más frecuentados por Huck, es decir entre los adolescentes hijos de padres alcohólicos y maltratadores huidos de casa, o entre los estafadores y malhechores, o en el círculo de los negros, aunque según Chester Himes la suerte de Las aventuras de Huckleberry Finn en las bibliotecas de las cárceles de Estados Unidos no es mala”.

Lo que más me gustó del texto de Twain rescatado por Bolaño es el capítulo XXI y XXII.


El capítulo 21 comienza con un conflicto motivado por una serie de insultos de un borracho llamado Boggs hacia el tendero del pueblo, el Coronel Sherburn, quien al tiempo se termina hinchando las pelotas:


-Estoy cansado de este asunto, pero lo aguantaré hasta la una. Hasta la una, ¿oyes?, no más. Si se te ocurre abrir la boca contra mí sólo una vez más después de esa hora, te aseguro que no podrás viajar tan lejos que no te encuentre.




Como el borracho sigue jodiendo, termina por matarlo de un tiro, luego de lo cual se retira lentamente de la escena.


La cuestión es que poco después, la turba rodea el cadáver y un tipo, llamado Buck Harkness, propone "linchar a Sherburn. Después de un minuto decía lo mismo todo el mundo, así que se marcharon, rabiosos, gritando y arrancando todas las cuerdas de tender la ropa que veían para colgarlo con ellas.

La respuesta del coronel Sherburn es fenomenal, la cito casi in extenso:


XXII.  Why the Lynching Bee Failed

   "The idea of YOU lynching anybody! It's amusing. The idea of you thinking you had pluck enough to lynch a MAN! Because you're brave enough to tar and feather poor friendless cast-out women that come along here, did that make you think you had grit enough to lay your hands on a MAN? Why, a MAN'S safe in the hands of ten thousand of your kind — as long as it's daytime and you're not behind him.

   "Do I know you? I know you clear through was born and raised in the South, and I've lived in the North; so I know the average all around. The average man's a coward. In the North he lets anybody walk over him that wants to, and goes home and prays for a humble spirit to bear it. In the South one man all by himself, has stopped a stage full of men in the daytime, and robbed the lot. Your newspapers call you a brave people so much that you think you are braver than any other people — whereas you're just AS brave, and no braver. Why don't your juries hang murderers? Because they're afraid the man's friends will shoot them in the back, in the dark — and it's just what they WOULD do.

   "So they always acquit; and then a MAN goes in the night, with a hundred masked cowards at his back and lynches the rascal. Your mistake is, that you didn't bring a man with you; that's one mistake, and the other is that you didn't come in the dark and fetch your masks. You brought PART of a man — Buck Harkness, there — and if you hadn't had him to start you, you'd a taken it out in blowing.

   "You didn't want to come. The average man don't like trouble and danger. YOU don't like trouble and danger. But if only HALF a man — like Buck Harkness, there — shouts 'Lynch him! lynch him!' you're afraid to back down — afraid you'll be found out to be what you are — COWARDS — and so you raise a yell, and hang yourselves on to that half-a-man's coat-tail, and come raging up here, swearing what big things you're going to do. The pitifulest thing out is a mob; that's what an army is — a mob; they don't fight with courage that's born in them, but with courage that's borrowed from their mass, and from their officers. But a mob without any MAN at the head of it is BENEATH pitifulness. Now the thing for YOU to do is to droop your tails and go home and crawl in a hole. If any real lynching's going to be done it will be done in the dark, Southern fashion; and when they come they'll bring their masks, and fetch a MAN along. Now LEAVE — and take your half-a-man with you" — tossing his gun up across his left arm and cocking it when he says this.

   The crowd washed back sudden, and then broke all apart, and went tearing off every which way, and Buck Harkness he heeled it after them, looking tolerable cheap. I could a stayed if I wanted to, but I didn't want to.

miércoles, 24 de junio de 2009

"HASTA CUÁNDO", POR DIEGO CAPUSOTTO



“Hasta cuándo” (programa del 21/06/09):
http://www.youtube.com/watch?v=yN8HnkPW2U8

Locutor (Arnaldo Pérez Manija): “Qué fresca está la mañana hoy eh, como para quedarse en casa. 7:24, pero hay que salir a trabajar, porque hay que conservar el empleo. A portarse bien entonces con la patronal, no sea cosa que ya que están recortando sus ganancias, no lo echen miserablemente a la calle.
Seis muertos en varios choques; otros muertos acribillados. Cadáveres en la Panamericana. La inflación se puede disparar un 15% por hora. El dólar se puede ir a ocho pesos, así que hoy a comprar dólares, a sacar la plata del banco (si es que no se caen antes, por supuesto, para esta tarde, porque hay rumores de corridas bancarias). A sacar la plata hoy mismo que se viene otro “Corralito”.
37 muertos. Los maestros paran. A no mandar los chicos al colegio porque hoy puede haber cargas de trotil debajo de los pupitres.
7:23 de la mañana y seguimos a todo ritmo, para que usted se sienta bien informado, bien informado, bien informado, lleno de información, para que se le destroce el cerebro y piense –como muchos- que hay que matarlos a todos.

Cortina: “Hasta cuando, con Arnaldo Pérez Manija. Información y noticias, para entrar en miedo, pánico y depresión… Hasta cuando, para cagarse el día, desde bien temprano”.

Locutor: Y ya estamos yendo a la calle Jorge Carnero. ¿Cómo está la mañana?

Periodista (Jorge): Mal, muy mal. La gente está mal por el tránsito y por los piquetes. Hay demoras de hasta siete horas. Hay un piquete en 9 de Julio y Belgrano, y si bien la protesta se desarrolla en paz, nunca se sabe si en cualquier momento alguien arroja una piedra y comienza una represión donde se incendian autos, se rompen vidrieras y mueren 4 mil personas. A simple vista, parece que eso puede suceder.

Locutor: ¡Gracias Jorge! Y es lógico, si viviéramos en un país en serio esto no pasaría pero… nos tocó este país de mierda. 7:24 de la mañana. A abrigarse que está fresco. Vamos a los mensajes de los oyentes:

Oyente 1: “En este país hace falta diálogo. Diálogo y consenso para ponernos de acuerdo Arnaldo, porque todos los argentinos estamos de acuerdo con que es hora de que empiece a correr sangre. Si corre sangre, mucha sangre, vamos a tener el país que soñamos para nuestros hijos. Muy bueno el programa.

O 2: ¡¡6 a 1, una vergüenza!! ¡¡6 a 1 con Bolivia, ese drogadicto de Niembro, 6 a 1!!

O 3: Señor montonero Scioli, renuncie. Montonero Tinelli, renuncie. Renuncien todos. Montonero Casius Clay, devuelva el título. ¡Re-nun-cien todos! Muy bueno el programa.

O 4: ¡Hay que fusilar a los maestros, hay que fusilar a los médicos, si un hospital para hay que bombardearlo y se terminó! ¡Estoy cansada de este país y de la vida de mierda que tengo! Muy bueno el programa. Inés de Temperley.

Locutor: Y los oyentes dándonos su opinión a las 7:25 de la mañana. A abrigarse que está fresco. A guardar las escrituras que se viene el comunismo. Vamos a un repaso rápido. Quique Sansorete: ¿Madonna, sigue de gira?

Periodista (Quique): Así es Arnaldo; sigue de gira por Inglaterra, Italia, Francia y otros países de verdad, que no tienen un Estado corrupto y padecen ese cáncer llamado empleado estatal.

Locutor: Gracias Quique. Y ahora vamos con Ernesto Laconcha, con su información del turf.
Periodista (Ernesto): Ayer la quinta de San Isidro no corrieron el 5, el 4 y el 8 porque los jockeys se fueron, hartos de este país lleno de hijos de puta y cagadores.

Locutor: Gracias Ernesto. Horacio Garpola, desde el Ministerio de Economía.

Periodista (Horacio): ¡¡Todo se va a la mierda!! ¡¡A la recontra mierda!!

Locutor: Gracias Horacio. 7:29 de la mañana. Y qué ganas de matarse, ¿no? O de salir a matar. Vamos a los mensajes de los oyentes.

Oyente 1: ¡Basta de paros de maestros! ¡Hay que esterilizar a los maestros! ¡Arnaldo, hay que capar y esterilizar a los estatales, que no se reproduzcan! Muy bueno el programa.

O 2: ¡¡Para cuando la reforma del Estado y la nueva ley de asociaciones profesionales!! ¡¡6 a 1 con Bolivia, hay que arrancarle la cabeza al “homosesuál” de Grondona, seiauno!!

O 3: ¡Hasta cuando vamos a tener que soportar al montonero Marley y su programa de televisión! ¡La televisión está llena de montoneros! Esos chicos, de “Casi ángeles”, todos montoneros! ¡Cris Morena es Cris Montonera! Muy bueno el programa.

O 4: ¡¡6 a 1 con Bolivia, listo!!

Locutor: 7:30 de la mañana. Para usted que recién se levanta, el pronóstico del tiempo.

Locutor 2: La muerte acecha en las calles.

Locutor: Gracias. Repasamos los títulos de los diarios internacionales. Hablan de la Argentina: “La Argentina se hunde”, dice el New York Times. “Caos, recesión y un mar de sangre para los argentinos”, dice El país de España. “Dios desata el Apocalipsis la semana que viene en la Argentina, y todos los argentinos serán aniquilados por el ángel exterminador, sufriendo la muerte más espantosa que alguien pueda imaginar”, dice el Miami Herald. Para pensar, ¿no? Y mientras esperamos la comunicación desde el Congreso para charlar con algún diputado que -escondiéndose en la mentira de la democracia- se gasta su sueldo en putas, vamos a más mensajes de los oyentes.

Oyente: Arnaldo, hace apenas un poco más de 40 años, en los Estados Unidos, cuando un hombre de color hacía algo que no correspondía se lo colgaba de un árbol y se lo quemaba vivo. Hoy, los Estados Unidos, Arnaldo, son una potencia. ¿Qué esperamos para imitarlos? Muy bueno el programa, gracias.

Oyente: Todo empezó cuando llegaron los montoneros de Queen a la Argentina. ¡Qué bueno que el montonero Mercuri murió! Ahora faltan los otros tres. Muy bueno el programa, Arnaldo.

Oyente: Basta de paros de maestros. Habría que sodomizar a los maestros que paran. Si el Congreso saca una ley para sodomizar maestros, yo la apoyo. Muy bueno el programa.
Oyente: Muerte… muerte… ¡Muerte! Carlos de Lomas.
Oyente: ¡¡Seiauno con Bolivia, listo, no hablemomá!!
Más adelante estaría bueno añadir una reflexión sobre este programa. Por ahora me basta citarlo.

viernes, 29 de mayo de 2009

BEATRIZ BIBILONI WEBSTER DE BULLRICH


DECIDÍ BORRAR EL POSTEO PORQUE PARECE SER QUE ESTOY AFECTANDO LA SENSIBILIDAD DE UNA FAMILIAR DE BEATRIZ BIBILONI.

MUY LEJOS DE MÍ LA INTENCIÓN DE HERIR A ALGUIEN. PRIMERO ESTÁ LO HUMANO. PIDO DISCULPAS SI OFENDÍ A ALGÚN PARIENTE  DE BEATRIZ BIBILONI WEBSTER DE BULLRICH.


viernes, 15 de mayo de 2009

IMPOSIBILIDAD DE CONOCER AL OTRO


Ningún ser humano es una isla, pero todos somos penínsulas: apenas conectados por un hilo a los demás, rodeados de un mar de soledad e incomunicación.

En el lenguaje vulgar, a poco de salir con alguien, decimos "nos estamos conociendo". Amar a alguien implica esforzarse por comprender al otro, pero…

Barthes tiene razón en que cuando amo a una mujer estoy atrapado en una contradicción insoluble: creo conocer a la otra persona, incluso le digo “nadie más que yo te conoce tal y como verdaderamente sos”. Luego me doy cuenta de que el otro es impenetrable, inhallable, irreductible... no puedo abrirlo, no puedo descifrar su enigma o estar “del otro lado”, como quería Cortázar.

“Con sus miembros amalgamados, gozan esa flor de la juventud, y ya sus cuerpos adivinan la voluptuosidad siguiente; Venus va a fertilizar el campo de la mujer; aprietan ávidamente el cuerpo del amante, mezclan la saliva, dientes sellados contra las bocas: vanos esfuerzos, porque no pueden robar nada del cuerpo que abrazan, ni penetrarlo o fundirse en el otro por completo. Porque, por momentos eso parece que desean…”.

¿Conocer a alguien no es acaso conocer su deseo? Las personas a quienes no amamos nos suelen parecer transparentes como el agua: no nos sorprenden. Barthes dice que el "no llego a conocerte” quiere decir “no sabré jamás lo que piensas verdaderamente de mí”. No puedo descifrarte porque no sé cómo me descifras.

No es cierto que cuanto más se ama mejor se comprende; lo que la acción amorosa obtiene de mí es solamente esta sabiduría: que el otro no es la pantalla de un secreto sino más bien una especie de evidencia, en la cual se anula el juego de la apariencia y del ser. Me sobreviene entonces esta exaltación de amar a fondo a alguien desconocido, y que lo seguirá siendo siempre: movimiento místico: accedo al conocimiento del no conocimiento.

O más aún: en lugar de querer definir al otro (“¿Quién es él”), me vuelvo hacia mí mismo: “¿Qué es lo que quiero, yo, que quiero conocerte?” ¿Qué sucedería si decidiese definirte como una fuerza y no como una persona? ¿Y si me situase a mí mismo como otra fuerza frente a tu fuerza? Ocurriría esto: mi otro se definiría solamente por el sufrimiento o el placer que me da”.

jueves, 23 de abril de 2009

ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS

LENGUAJE Y MEMORIA

Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos):

Ficha técnica: Director: Michel Gondry. Guión: Charlie Kaufman, Michel Gondry, Pierre Bismuth. Año: 2004. Personajes principales: Joel Barish (Jim Carrey) y Clementine Kruczynski (Kate Winslet).

La película narra como Joel Barish –resentido al enterarse de que su novia lo ha borrado de su mente- se plantea la posibilidad tecnológica de eliminar por completo los recuerdos de su amada (Clementine Kruczynski). La trama muestra la batalla que se desarrolla en la psiquis de Joel, y bucea en sus recuerdos, traumas, dudas, sentimientos y humillaciones personales.

El protagonista acude a Lacuna Inc. -empresa que promete la felicidad mediante el borrado selectivo- para que le supriman toda historia anterior relacionada con su novia. El borramiento queda a cargo de los ayudantes del Dr. Mierzwiak: Stan (Mark Ruffalo) y Patrick (Elijah Wood), dos sujetos lo suficientemente torpes e irresponsables como para presumir que todo va a salir mal. Narcotizado y conectado a la máquina, Joel se arrepiente de su decisión y, con el objeto de preservar huellas mnémicas de Clementine, emprende la fuga por el interior de su psiquis, tratando de encontrar huecos en el subconsciente que preserven los momentos vividos con ella.

La película no es una típica comedia romántica, o sí es una típica comedia romántica, o maoméno, o vayunoasabé... Cuestión que también se plantea cuestiones filosóficas profundas, como ser la relación entre memoria e identidad y la cuestión del duelo amoroso.

Los personajes son inseguros y en cierta medida autodestructivos, pero el borramiento de los recuerdos dolorosos no los hace superar sus problemas para empezar una vida nueva, sino que tienden a repetir los mismos errores. Este punto del film tiene resonancias psicoanalíticas, pero no vamos a adentrarnos en eso porque, esteee, bueno, básicamente porque no tengo la más puta idea de psicoanálisis. ¡Seamos buenos entre nosotros y dejemos de mentirle a la gente!

Dificultad para olvidar:

Desde los albores de la antigua Grecia hasta la época barroca, la gente se preocupó de desarrollar la mnemotecnia: el arte de la memoria. Este procedimiento era una suerte de esfuerzo destinado a ayudar al hombre a recordar la totalidad del saber conocido. Pero ya en esos tiempos en que existía la tradición mnemotécnica se planteó el problema de saber si existía también una técnica para olvidar.

Según los mnemotécnicos clásicos, se olvida por enfermedad, por represión, ebriedad o accidente. Lo cierto es que todo parece indicar que es imposible el olvido voluntario. ¿Por qué motivo? Si sabemos qué es exactamente lo que queremos olvidar –un amor desdichado, la muerte de una persona amada o la ignominia de una humillación-, sabemos que cuanto más nos esforzamos por borrar ese recuerdo que nos provoca dolor, con más fuerza ayudamos a que se sitúe en nuestra conciencia. Por ejemplo: las personas que recién se divorcian y quieren olvidar su pasado con el ex esposo o ex esposa suelen hacer actividad física para no pensar, dejan de ir a lugares que evoquen la presencia del otro, frecuentan personas nuevas... No se puede emprender una "nueva vida" sin olvidar parte de nuestro yo anterior.

Tal mecánica individual que nos impide olvidar, esta imposibilidad de hacer un arte del olvido personal, no existe tratándose de colectividades. Quizás esto se deba a que la memoria colectiva ha sido delegada en especialistas, en los historiadores, los archiveros, en los periodistas, que pueden elegir entre el silencio, la reticencia, la censura.

Sin embargo, no se trata solamente de eso, pues tal memoria colectiva se las arregla, a veces, para sobrevivir a las censuras del poder y a los silencios de los historiadores. Ocurre que, por restablecer la concordia, para favorecer una nueva alianza, el poder político se calla y pasa en silencio la xenofobia, la memoria de una guerra, de una invasión, de una colonización. Pero la memoria colectiva resiste: la gente murmura, la memoria subsiste por el cotilleo, la sátira, los cotidianos actos de desconfianza.

A grandes rasgos, puede decirse que hoy en día, la memoria colectiva se encuentra bloqueada no por la ausencia, sino por el exceso de información. El saber histórico nos abruma. Antiguamente, la única forma que tenía la gente de conocer su pasado era por medio de leyendas, de simplificaciones poco realistas. El mundo moderno, en cambio, ha elaborado una técnica historiográfica rigurosa, de manera que hoy sabemos lo que nuestros antepasados no sabían. Este depósito de memoria histórica ha llegado a ser excesivo.

Nuestro poder de discriminación y de elección se paraliza ante la avalancha de información: optamos por renunciar. Saber demasiado es lo mismo que no saber nada.

El tiempo y la identidad:

Borges nos recuerda que el momento presente consta de un poco de pasado y un poco de porvenir. El presente es inaprensible, está continuamente volviéndose pasado: constantemente sentimos que nos deslizamos a través del tiempo, de modo tal que podemos decir que pasamos del futuro al pasado, o del pasado al futuro, pero no hay un momento en que podamos decirle al tiempo: “¡Detente instante, eres tan hermoso!”. El presente no se detiene. No podríamos imaginar un presente puro; sería nulo. El presente tiene siempre una partícula de pasado y una partícula de futuro. Y parece que eso es necesario al tiempo. Es el problema irresoluble de la identidad cambiante, de la permanencia en el cambio. Como dijo Don Gorilón: “Si hablamos de un árbol que crece no decimos que un árbol chico es reemplazado por otro más grande que será reemplazado a su vez por otro más grande aún”. Uno ha tenido tres años, y luego diez años, y luego quince hasta llegar al momento presente. ¿Somos la misma persona o somos personas distintas en cada caso? En cierto sentido somos la misma persona y en cierto sentido somos otros. Lo concreto es que somos una mezcla de olvido y recuerdo de nuestros momentos pasados, y vivimos en el ápice vertiginoso entre el “ya no” del pasado y el “no todavía” del futuro. Estamos tejidos por una mezcla de nostalgia y esperanza, de temor y realización momentánea de nuestros sueños y proyectos.

En cierto modo, los animales beben cuando tienen sed, comen sólo cuando tienen hambre y obedecen a sus instintos cuando sienten el llamado interior de los apetitos del cuerpo, mayormente sin prever el futuro ni recordar el pasado (al menos no al modo humano, entre otras cosas porque carecen de nuestra capacidad lingüística, a pesar de ejemplos en contrario como Ricardo Fort o el personaje de Mariano Martínez en “Valientes”). En síntesis y a diferencia del ser humano, los animales están atados al instante. El animal vive el momento presente: no sabe disimular, no oculta nada, se muestra en cada momento totalmente como es y, por eso, es necesariamente sincero; tan falto de simulación como un perro que se prende a la gamba de su dueño.

No sólo la memoria y el lenguaje están íntimamente relacionados con quiénes somos (y en consecuencia condicionan lo que podemos ser), sino que tanto el exceso de recuerdo como la abundancia de olvido son nocivos.

El pensamiento se construye con el lenguaje y la memoria. Allí donde hay memoria hay, necesariamente, pensamiento y lenguaje. Se suele decir que en el transcurso de una conversación hay alguien que “conduce” el diálogo hacia cierta dirección. En rigor, yo diría -con Gadamer-que es más lícito decir que “vamos a parar” a una conversación, que “nos enredamos” en una conversación sin saber muy bien al empezar en qué íbamos a terminar. Pensamiento y lenguaje no están en nosotros, sino que nosotros estamos inmersos en el lenguaje y nuestra identidad está construida por olvidos y recuerdos.

Esto no quiere decir que la estructura del discurso refleje exactamente la estructura del pensamiento, pues el pensamiento no se vierte necesariamente con palabras como si de vestimenta se tratara. Efectivamente, el pensamiento no tiene su equivalente automático en las palabras: la transición del pensamiento a la palabra pasa por el significado, y en nuestra forma de hablar hay siempre un pensamiento oculto, un subtexto difícilmente expresable. Esto queda claro cuando las personas piensan cosas y se les pide que las expresen en palabras: les cuesta trabajo o no pueden hacerlo. De ahí que cobre sentido la frase “no tengo palabras para decirte lo que me pasó”. Aunque no son lo mismo, pensamiento y palabra están estrechamente relacionados, al punto que podría decirse que una palabra desprovista de pensamiento es algo muerto, y el pensamiento que no llega a materializarse en palabras sigue siendo una sombra oculta, un espectro que ha pasado por las aguas del Letheo. El paso del pensamiento al lenguaje atraviesa por el significado, ese sentido que las palabras cobran de manera relacional en un contexto y en un uso, en una entonación y en la manera de decirlas.

¿Y a todo esto, dónde carajo quedó la película? No sé, vealán que está güéna!

martes, 3 de marzo de 2009

ABURRIMIENTO Y SOCIEDAD DE CONSUMO


“Shopping is much more american than thinking” (Andy Warhol)

Ningún crítico de la sociedad de consumo con media neurona condenaría al consumo “por sí mismo”. Necesitamos consumir para vivir: oxígeno, alimentos, vivienda... Tampoco se puede negar que en una sociedad capitalista la falta de dinero dificulta muchísimo el bienestar. Digamos que cierto equilibrio entre deseo y realización se vuelve enormemente jodido si uno no tiene un mango.

Personalmente disfruto mucho del DVD, la computadora con conexión a Internet, el placer de estar rodeado de libros y discos o disfrutando un buen asado con la gente que quiero. En este sentido, no resulta descabellada la afirmación del etnógrafo Daniel Miller cuando dice: “cuando los antropólogos trabajamos con tribus en Nueva Guinea, por ej., no tenemos problema en ver la importancia que esta gente le daba y le da a los objetos materiales, simplemente asumimos que los objetos materiales son simbólicos y que representan valores morales o religiosos para ellos. Pero al verlos en las sociedades occidentales todos tendemos a caer en el lugar común de condenarlo, cuando la única diferencia entre nosotros y esas tribus es que tenemos una mayor cantidad de objetos”.

Es evidente que le damos a los objetos valor simbólico, y que forman parte de nuestra identidad, nuestros recuerdos y vivencias. Tampoco se está diciendo que muchas de las características que les podemos adjudicar a la sociedad de consumo sean monopolio exclusivo de la misma. Para evitar confusiones, diré que de ningún modo aludo a lo que -pelotudamente, justo es decirlo- pseudo intelectuales como Alejandro Rozitchner denominan "pobrismo"; ni tengo una visión pastoral o romántica de la pobreza.

Lo que sí creo es que cierta sensación de “no sé lo que quiero pero lo quiero ya e inmediatamente”; cierta oscilación entre la ansiedad y el aburrimiento, vendría a ser un estado ya no exclusivo de la niñez y la adolescencia, sino que se está extendiendo a toda la sociedad sin distinción de edad ni estatus socioeconómico.

Parece obvio que la publicidad en los medios masivos tiende a sumergirnos a todos en ese mismo estado de “inmadurez” como sociedad que hace que en ese sentido todos seamos un poco niños que no saben del todo a dónde se dirigen pero que quieren llegar lo más pronto posible.

Como dijo Pessoa hace más de 60 años:

“La lentitud de nuestra vida es tal que no nos consideramos viejos a los cuarenta años. La velocidad de los vehículos nos ha quitado la velocidad de nuestras almas. Vivimos muy lentamente, y ésa es la razón por la que nos aburrimos tan fácil. La vida se ha tornado un campo para nosotros. No trabajamos lo suficiente y fingimos que trabajamos demasiado. Nos movemos muy rápido desde un punto en donde nada se hace hasta otro donde no hay nada que hacer, y llamamos a esto la prisa febril de la vida moderna. No se trata de la fiebre de la prisa, sino de la prisa por la fiebre. La vida moderna es un ocio agitado, un apartarse agitado del movimiento ordenado”.

¡Y DICEN QUE SOY ABURRIDO!

Daría la impresión de que ser “aburrido” es uno de los pecados mortales de nuestra sociedad (el otro sería no responder a cierto estereotipo de belleza, presión que fundamentalmente sigue recayendo sobre la mujer). ¿Cuántos menos crímenes se cometerían si no existiese un miedo tan desmedido hacia el aburrimiento?


El diálogo de conventillo es fruto, básicamente, de: a) no tener tema de conversación; b) el temor a aburrirse.


Al decir del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su Vida de consumo:

Una de las características más comentadas de la sociedad de consumo es el enaltecimiento de la novedad y la degradación de la rutina. Los mercados de consumo descuellan a la hora de desmantelar las rutinas existentes e impedir la implantación y el arraigo de otras nuevas, con excepción de ese breve lapso de tiempo necesario para vaciar los depósitos de los elementos creados para sostenerlas. Esos mismos mercados, sin embargo, logran un efecto todavía más profundo: para los miembros adecuadamente entrenados de la sociedad de consumidores, cualquier rutina y cualquier cosa asociada a conductas rutinarias (monotonía, repetición) se tornan insoportables; de hecho, invivibles. El “aburrimiento”, la ausencia e incluso la interrupción temporaria del perpetuo flujo de novedades que llaman la atención, se convierte en una pesadilla odiada y temida por la sociedad de consumo.

(…) Los que no pueden actuar sobre la base de esos deseos inducidos, gozan diariamente del deslumbrante espectáculo que ofrecen quienes sí pueden hacerlo. El despilfarro consumista, se les dice, es el signo del éxito, una autopista que conduce directamente al aplauso público y la fama. También aprenden que poseer y consumir ciertos objetos y vivir de determinada manera son requisitos necesarios para ser felices; y como “ser feliz” se ha transformado en la marca de la decencia humana y el único título merecedor de respeto, tiende a convertirse también en condición necesaria de la dignidad y la autoestima humanas. “Estar aburrido”, además de hacernos sentir incómodos, se transforma en un estigma vergonzante, signo de negligencia o de derrota que puede hundirnos en un estado de depresión aguda así como conducirnos a una agresividad socio y psicopática. (…)

Si el privilegio de “no aburrirse nunca” es el parámetro de una vida exitosa o incluso de la decencia y felicidad humanas, y si un consumo intenso es el camino principesco y principal que conduce a la derrota del aburrimiento, entonces hemos quitado todo tope a los deseos humanos: por cuantiosas que sean las adquisiciones gratificantes y las sensaciones tentadoras, es improbable que alguna de ellas nos brinde la satisfacción que en el pasado se nos prometía si “estábamos a la altura de los estándares”. Hoy por hoy no existen estándares que alcanzar, o mejor dicho, estándares que, una vez alcanzados, puedan refrendar con algún grado de autoridad el derecho a ser aceptados y respetados, y garantizar ese derecho en el tiempo”.

Otro punto que me parece curioso es el concepto de “publicidad engañosa”. ¿A qué carajo se alude con eso? Todo el mundo sabe que el marketing se basa en fomentar una necesidad que el consumidor, previamente, no tenía. ¿Cómo lograr eso sin recurrir a cierto tipo de mentira? La publicidad se torna superflua toda vez que un vendedor comercia con un comprador que realmente necesita el producto. ¿Qué es el yogurt con biopuritas? ¿Qué son los granbys verdes y azules?

Para seguir leyendo:

http://dialogandodemiconmigo.blogspot.com/2009/03/simone-weil-y-la-desgracia.html

domingo, 1 de marzo de 2009

SIMONE WEIL Y LA DESGRACIA

Leyendo la prosa clara y radical de Simone Weil, me pregunto cuál es la razón por la cual tantos académicos le otorgan tanta importancia a pensadores como Heidegger y se olvidan de alguien como ella. Su pensamiento inclasificable no puede asirse (pese a que su lenguaje es transparente –casi cartesiano), y quema a todo aquel que se acerque a sus ideas, a su carácter místico, a su compromiso moral. No fue comprendida ni por la izquierda, ni por la derecha, ni por el cristianismo ni por aquellos a quienes va dirigido su discurso: los desgraciados, los olvidados del sistema. Hoy, que tanta falta hace, la sociedad de consumo y el shopping que combate contra el thinking posiblemente tampoco serán ambientes propicios para aprender a escucharla.

Por ahora me pintó citarla:

“El gran enigma de la vida humana no es el sufrimiento, es la desgracia (…). Los que han recibido uno de esos golpes, tras experimentar los cuales un ser se debate en el suelo como un gusano medio aplastado, no tienen palabras para expresar lo que les sucede. Entre las gentes que encuentran, aquellos que, incluso habiendo sufrido mucho, no han tenido un contacto con la desgracia propiamente dicha, no tienen ninguna idea de lo que es. Es algo específico, irreductible a cualquiera otra cosa, como los sonidos de los que nadie puede dar idea a un sordomudo. Y los que han sido mutilados por la desgracia no están en situación de socorrer a nadie y son casi incapaces de desearlo. De manera que la compasión hacia los desgraciados es una imposibilidad. Cuando verdaderamente se produce, es un milagro más sorprendente que el andar sobre las aguas, la curación de los enfermos e incluso la resurrección de un muerto. (…)

Hay una alianza natural entre la verdad y la desgracia, porque una y otra son suplicantes mudas, eternamente condenadas a permanecer sin voz entre nosotros (…) Es la situación de extrema y total humillación la que es también condición del paso a la verdad. Es una muerte del alma… Escuchar a alguien es ponerse en su lugar mientras habla. Ponerse en lugar de un ser, cuya alma está mutilada por la desgracia, o en peligro inminente de estarlo, es aniquilar la propia alma. Es más difícil que lo que sería el suicidio para un niño encantado de vivir. Así, los desgraciados no son escuchados. Están en la situación en que se encontraría aquel a quien se hubiera cortado la lengua y que, por un momento, lo hubiera olvidado. Sus labios se mueven y ningún sonido llega a los oídos. Ellos mismos quedan rápidamente afectados por la impotencia de utilizar el lenguaje ante la certeza de no ser oídos”, y por esto es por lo que “no hay esperanza para el vagabundo que está de pie ante el magistrado. Si a través de sus balbuceos brota algo desgarrador que atraviesa el alma, no será escuchado ni por el magistrado, ni por los circunstantes. Es un grito mudo. Y los desgraciados entre ellos son casi siempre también sordos, los unos para los otros. Y cada desgraciado, bajo la presión de la indiferencia general, trata, mediante la mentira o la inconsciencia, de hacerse sordo a sí mismo”.

El espíritu de justicia y de verdad no es otra cosa que una cierta especie de atención, que es la del puro amor”.

sábado, 21 de febrero de 2009

LA FALSA MEDIDA DEL HOMBRE

Estoy leyendo un libro magnífico, titulado La falsa medida del hombre ("The mismeasure of man"), del paleontólogo yanqui Stephen Jay Gould.
Es un alegato devastador contra las teorías racistas, que fundamentan la desigualdad social en criterios pseudo-científicos de raíz biologicista.

Leo una cita de Charles Darwin, quien en El viaje del Beagle escribe:

“Cerca de Río de Janeiro vivía enfrente de una señora mayor que guardaba torniquetes para aplastar los dedos de sus esclavas. También pasé un tiempo en una casa en la que un joven sirviente mulato era injuriado, maltratado y perseguido cada día, cada hora, lo bastante como para quebrar el espíritu del más rastrero de los animales. He visto cómo un niño pequeño, de seis o siete años, era golpeado por tres veces en la cabeza con una fusta de caballo (antes de que yo pudiera intervenir), en castigo por haberme servido un vaso de agua no lo bastante limpio… ¡Y tales actos son perpetrados y justificados por hombres que profesan amar al prójimo tanto como a sí mismos, hombres que creen en Dios y que rezan para que se haga su Voluntad sobre la Tierra! Le enciende a uno la sangre, pero también le encoge el corazón, pensar que los ingleses y nuestros descendientes americanos, con su orgulloso grito de libertad, hemos sido y somos tan culpables”.

Otra cita que hace Gould, de la misma obra de Darwin, dice lo siguiente: “Si la miseria de nuestros pobres no es causada por las leyes de la naturaleza, sino por nuestras instituciones, cuán grande es nuestro pecado”.

A esta altura, tener que aclarar esto parece una estupidez, pero ocurre que se siguen (y se seguirán suscitando) polémicas basadas en prejuicios arraigados desde tiempos inmemoriales.
Gould no se detiene a discutir con artículos de la prensa que reproducen los prejuicios, sino que va a las fuentes mismas en las que se basan los prejuicios más recientes.
Recuerdo vagamente una frase de un escritor francés que decía algo así como que "casi todo ha sido dicho ya, pero como nadie escucha, hay que volver a escribir".

A continuación, una selección de textos que me han gustado y quedaron de otro blog que acabo de cerrar:

LOS MITOS DE CTHULHU. ROBERTO BOLAÑO

Para Alan Pauls

Permitidme que en esta época sombría empiece con una afirmación llena de esperanza. ¡El estado actual de la literatura en lengua española es muy bueno! ¡Inmejorable! ¡Óptimo!



Si fuera mejor incluso me daría miedo. Tranquilicémonos, sin embargo. Es bueno, pero nadie debe temer un ataque al corazón. No hay nada que induzca a pensar en un gran sobresalto.



Pérez-Reverte, según un crítico llamado Conte, es el novelista perfecto de España. No tengo el recorte donde afirma eso, así que no lo puedo citar literalmente. Creo recordar que decía que era el novelista más perfecto de la actual literatura española, como si una vez alcanzada la perfección uno pudiera seguir perfeccionándose. Su principal mérito, pero esto no sé si lo dijo Conte o el novelista Marsé, es su legibilidad. Esa legibilidad le permite ser no sólo el más perfecto sino también el más leído. Es decir: el que más libros vende.



Según este esquema, probablemente el novelista perfecto de la narrativa española sea Vázquez Figueroa, que en sus ratos libres se dedica a inventar máquinas desalinizadoras o sistemas desalinizadores, es decir artefactos que pronto convertirán el agua de mar en agua dulce, apropiada para regadíos y para que la gente se pueda duchar e incluso, supongo, apta para ser bebida. Vázquez Figueroa no es el más perfecto, pero sin duda es perfecto. Legible lo es. Ameno lo es. Vende mucho. Sus historias, como las de Pérez Reverte, están llenas de aventuras.



Francamente, me gustaría tener aquí la reseña de ese Conte. Lástima que yo no ande por ahí guardando recortes de prensa, como el personaje de La colmena, de Cela, que guarda en un bolsillo de su raída americana el recorte de una colaboración suya en un diario de provincias, un diario del Movimiento, es de suponer, un personaje entrañable, por otra parte, al que siempre veré con el rostro de José Sacristán, un rostro pálido e inerme en la película, una jeta inconmensurable de perro apaleado con su arrugado recorte en el bolsillo, deambulando por la imposible meseta de este país. Llegado a este punto permitidme dos digresiones exegéticas o dos suspiros: Qué buen actor es José Sacristán, qué ameno, qué legible. Y qué cosa más curiosa ocurre con Cela: cada día que pasa se asemeja más a un dueño de fundo chileno o a un dueño de rancho mexicano; sus hijos naturales, como dicen los púdicos latinoamericanos, o sus bastardos, aparecen y crecen como los matorrales, vulgares y a disgusto, pero tenaces y con la voz bronca, o como las cándidas lilas en los lotes baldíos, según la expresión del cándido Eliot.

Si al cadáver increíblemente gordo de Cela lo amarramos a un caballo blanco, podemos y de hecho tenemos a un nuevo Cid de las letras españolas.

Declaración de principios:

En principio yo no tengo nada contra la claridad y la amenidad. Luego, ya veremos.

Esto siempre resulta conveniente declararlo cuando uno se adentra en esta especie de Club Mediterranée hábilmente camuflado de pantano, de desierto, de suburbio obrero, de novela-espejo que se mira a sí misma.

Hay una pregunta retórica que me gustaría que alguien me contestara: ¿Por qué Pérez Reverte o Vázquez Figueroa o cualquier otro autor de éxito, digamos, por ejemplo, Muñoz Molina o ese joven de apellido sonoro De Prada, venden tanto? ¿Sólo porque son amenos y claros? ¿Sólo porque cuentan historias que mantienen al lector en vilo? ¿Nadie responde? ¿Quién es el hombre que se atreve a responder? Que nadie diga nada. Detesto que la gente pierda a sus amigos. Responderé yo. La respuesta es no. No venden sólo por eso. Venden y gozan del favor del público porque sus historias se entienden. Es decir: porque los lectores, que nunca se equivocan, no en cuanto lectores, obviamente, sino en cuanto consumidores, en este caso de libros, entienden perfectamente sus novelas o sus cuentos. El crítico Conte esto lo sabe o tal vez, porque es joven, lo intuye. El novelista Marsé, que es viejo, lo tiene bien aprendido. El público, el público, como le dijo García Lorca a un chapera mientras se escondían en un zaguán, no se equivoca nunca, nunca, nunca. ¿Y por qué no se equivoca nunca? Porque entiende.

Por supuesto es aconsejable aceptar y exigir, faltaría más, el ejercicio incesante de la claridad y la amenidad en la novela, que es un arte, digamos, que discurre al margen de los movimientos que transforman la historia y la historia particular, coto exclusivo de la ciencia y de la televisión, aunque en ocasiones si uno extiende la exigencia o el dictado de lo entretenido, de lo claro, al ensayo y a la filosofía, el resultado puede ser a primera vista catastrófico sin por ello perder su potencia de promesa o dejar de ser, a medio plazo, algo providencial y deseable. Por ejemplo, el pensamiento débil. Honestamente no tengo ni idea de en qué consistió (o consiste) el pensamiento débil. Su promotor, creo recordar, fue un filósofo italiano del siglo XX. Nunca leí un libro suyo ni un libro acerca de él. Entre otras razones, y no me estoy disculpando, porque carecía de dinero para comprarlo. Así que lo cierto es que, en algún periódico, debí de enterarme de su existencia. Había un pensamiento débil. Probablemente aún esté vivo el filósofo italiano. Pero en resumidas cuentas el italiano no importa. Quizá quería decir otras cosas cuando hablaba de pensamiento débil. Es probable. Lo que importa es el título de su libro. De la misma manera que cuando nos referimos al Quijote lo que menos importa es el libro sino el título y unos cuantos molinos de viento. Y cuando nos referimos a Kafka lo que menos importa (Dios me perdone) es Kafka y el fuego, sino una señora o un señor detrás de una ventanilla. (A esto se le llama concreción, imagen retenida y metabolizada por nuestro organismo, memoria histórica, solidificación del azar y del destino). La fuerza del pensamiento débil, lo intuí como si me hubiera mareado de repente, un mareo producido por el hambre, radicaba en que se proponía a sí mismo como método filosófico para la gente no versada en los sistemas filosóficos. Pensamiento débil para gente que pertenece a las clases débiles. Un obrero de la construcción de Gerona, que no se ha sentado jamás con su Tractatus logico-philosophicus al borde del andamio, a treinta metros de altura, ni lo ha releído mientras mastica su bocadillo de chope, podría, con una buena campaña publicitaria, leer al filósofo italiano o a alguno de sus discípulos, cuya escritura clara y amena e inteligible les llegaría al fondo del corazón.

En aquel momento, a pesar de los mareos, me sentí como Nietzsche en la epifanía del Eterno Retorno. Nanosegundos que se suceden inexorables y todos bendecidos por la eternidad.

¿Qué es el chope? ¿En qué consiste un bocadillo de chope? ¿Está el pan untado con tomate y unas gotitas de aceite de oliva o va el pan seco, envuelto en papel de aluminio, también llamado, por la marca del fabricante, papel albal? ¿Y en qué consiste el chope? ¿Es acaso mortadela? ¿Es una mezcla de jamón york y mortadela? ¿Una mezcla de salami y mortadela? ¿Hay algo de chorizo o salchichón en el chope? ¿Y por qué la marca del papel de aluminio se llama albal? ¿Es un apellido, el apellido del señor Nemesio Albal? ¿O alude a alba, al alba clara de los enamorados y de los trabajadores que antes de partir a su tarea meten en su tartera medio kilo de pan con su correspondiente ración de lonchas de chope?

Alba con un ligero fulgor metalizado. Alba clara sobre el cagadero. Así se llamaba un poema que escribí con Bruno Montané hace siglos. No hace mucho, sin embargo, leí que ese título y ese poema se lo atribuían a otro poeta. Ay, ay, ay, ay, los inconscientes, qué lejos se remonta el rastreo, la asechanza, el acoso. Y lo peor de todo es que el título es malísimo.

Pero volvamos al pensamiento débil, ese guante que se ajusta sobre el andamio. Amenidad no le falta. De claridad tampoco anda escaso. Y los así llamados débiles socialmente entienden perfectamente el mensaje. Hitler, por ejemplo, es un ensayista o un filósofo, como queráis llamarle, de pensamiento débil. ¡Se le entiende todo! Los libros de autoayuda son en realidad libros de filosofía práctica, de filosofía amena, en la calle, filosofía inteligible para la mujer y para el hombre. Ese filósofo español, que glosa y que interpreta los avatares del programa de televisión «Gran Hermano», es un filósofo legible y claro, aunque en su caso la revelación haya llegado con algunas décadas de retraso. No consigo recordar su nombre, pues este discurso, como muchos de vosotros ya habéis adivinado, lo escribo de memoria y pocos días antes de ser pronunciado. Sólo recuerdo que el filósofo pasó muchos años en un país latinoamericano, un país que imagino tropical, harto del exilio, harto de los mosquitos, harto de la atroz exuberancia de las flores del mal. Ahora el viejo filósofo vive en una ciudad española que no está en Andalucía, soportando inviernos interminables, cubierto con una bufanda y con una boina, contemplando en la tele a los concursantes de «Gran Hermano» y escribiendo sus apuntes en una libreta de hojas blancas y frías como la nieve.

Sánchez Dragó es quien escribe los mejores libros de teología. Un tipo cuyo nombre no recuerdo, especialista en ovnis, es quien escribe los mejores libros de divulgación científica. Lucía Etxebarría es quien escribe los mejores libros sobre intertextualidad. Sánchez Dragó es quien mejor escribe los libros sobre multiculturalidad. Juan Goytisolo es quien escribe los mejores libros políticos. Sánchez Dragó es quien escribe los mejores libros sobre historia y mitos. Ana Rosa Quintana, una presentadora de televisión simpatiquísima, es quien escribe el mejor libro sobre la mujer maltratada de nuestros días. Sánchez Dragó es quien escribe los mejores libros de viajes. Me encanta Sánchez Dragó. No se le notan los años. ¿Se teñirá el pelo con henna o con un tinte común y corriente de peluquería? ¿O no le salen canas? ¿Y si no le salen canas, por qué no se queda calvo, que es lo que suele pasarles a aquellos que conservan su viejo color de pelo?

Y la pregunta que de verdad me importa: ¿Qué espera Sánchez Dragó para invitarme a su programa de televisión? ¿Que me ponga de rodillas y me arrastre hacia él como el pecador hacia la zarza ardiente? ¿Que mi salud sea más mala de lo que ya es? ¿Que consiga una recomendación de Pitita Ridruejo? ¡Pues ándate con cuidado, Víctor Sánchez Dragó! ¡Mi paciencia tiene un límite y yo en otro tiempo estuve en la pesada! ¡No digas luego que nadie te lo advirtió, Gregorio Sánchez Dragó!

Sepan. A manderecha del poste rutinario, viniendo, claro está, desde el nornoroeste, allí mero donde se aburre una osamenta, se puede divisar ya Comala, la ciudad de la muerte. Hacia esa ciudad se dirige montado en un asno este discurso magistral y hacia esa ciudad me dirijo yo y todos ustedes, de una u otra manera, con mayor o menor alevosía. Pero antes de entrar en ella me gustaría contar una historia referida por Nicanor Parra, a quien consideraría mi maestro si yo tuviera suficientes méritos como para ser su discípulo, que no es el caso. Un día, no hace demasiado, a Nicanor Parra lo nombraron doctor honoris causa por la Universidad de Concepción. Lo mismo lo hubieran podido nombrar doctor honoris causa por la Universidad de Santa Bárbara o Mulchén o Coigüe, en Chile, según me cuentan, bastaba con tener la primaria terminada y una casa más o menos grande para fundar una universidad privada, beneficios del libre mercado. Lo cierto es que la Universidad de Concepción tiene cierto prestigio, es una universidad grande, hasta donde sé todavía es estatal, y allí homenajean a Nicanor Parra y lo nombran doctor honoris causa y lo invitan a pronunciar una clase magistral. Nicanor Parra acude y lo primero que explica es que cuando él era un niño o un adolescente, había ido a esa universidad, pero no a estudiar sino a vender bocadillos, que en Chile se los llama sándwich o sánguches, que los estudiantes compraban y devoraban entre clase y clase. A veces Nicanor Parra iba acompañando a su tío, otras iba acompañando a su madre y en alguna ocasión acudió solo, con la bolsa llena de sánguches cubiertos no con papel albal sino con papel de periódico o con papel de estraza, y tal vez ni siquiera con una bolsa sino con un canasto, tapado con un paño de cocina por motivos higiénicos y estéticos e incluso prácticos. Y ante la sala llena de profesores sureños que sonreían Nicanor Parra evocó la vieja Universidad de Concepción, que probablemente se está perdiendo en el vacío y que sigue, ahora, perdiéndose en la inercia del vacío o de nuestra percepción del vacío, y se recordó a sí mismo, digamos, mal vestido y con ojotas, con la ropa que no tarda en quedarles pequeña a los adolescentes pobres, y todo, hasta el olor de aquellos tiempos, que era un olor a resfriado chileno, a constipado sureño, quedó atrapado como una mariposa ante la pregunta que se plantea y nos plantea Wittgenstein, desde otro tiempo y desde la lejana Europa, y que no tiene respuesta: ¿esta mano es una mano o no es una mano?

Latinoamérica fue el manicomio de Europa así como Estados Unidos fue su fábrica. La fábrica está ahora en poder de los capataces y locos huidos son su mano de obra. El manicomio, desde hace más de sesenta años, se está quemando en su propio aceite, en su propia grasa.

Hoy he leído una entrevista con un prestigioso y resabiado escritor latinoamericano. Le dicen que cite a tres personajes que admire. Responde. Nelson Mándela, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Se podría escribir una tesis sobre el estado de la literatura latinoamericana sólo basándose en esa respuesta. El lector ocioso puede preguntarse en qué se parecen estos tres personajes. Hay algo que une a dos de ellos: el Premio Nobel. Hay más de algo que los une a los tres: hace años fueron de izquierda. Es probable que los tres admiren la voz de Miriam Makeba. Es probable que los tres hayan bailado, García Márquez y Vargas Llosa en abigarrados apartamentos de latinoamericanos, Mándela en la soledad de su celda, el pegadizo pata-pata. Los tres dejan delfines lamentables, escritores epigonales, pero claros y amenos, en el caso de García Márquez y Vargas Llosa, y el inefable Thabo Mbeki, actual presidente de Sudáfrica, que niega la existencia del sida, en el caso de Mándela. ¿Cómo alguien puede decir, y quedarse tan fresco, que los personajes que más admira son estos tres? ¿Por qué no Bush, Putin y Castro? ¿Por qué no el mulá Omar, Haider y Berlusconi? ¿Por qué no Sánchez Dragó, Sánchez Dragó y Sánchez Dragó, disfrazado de Santísima Trinidad?

Con declaraciones como ésta, así nos va. Por supuesto, estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario (aunque esto suene innecesariamente melodramático) para que ese escritor resabiado pueda hacer esta y cualquier otra declaración, según sea su gusto y ganas. Que cualquiera pueda decir lo que quiera decir y escribir lo que quiera escribir y además pueda publicar. Estoy en contra de la censura y de la autocensura. Con una sola condición, como dijo Alceo de Mitilene: que si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres.

En realidad la literatura latinoamericana no es Borges ni Macedonio Fernández ni Onetti ni Bioy ni Cortázar ni Rulfo ni Revueltas ni siquiera el dueto de machos ancianos formado por García Márquez y Vargas Llosa. La literatura latinoamericana es Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Ángeles Mastretta, Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez, un tal Aguilar Camín o Comín y muchos otros nombres ilustres que en este momento no recuerdo.

La obra de Reinaldo Arenas ya está perdida. La de Puig, la de Copi, la de Roberto Arlt. Ya nadie lee a Ibargüengoitia. Monterroso, que perfectamente bien hubiera podido declarar que tres de sus personajes inolvidables son Mándela, García Márquez y Vargas Llosa, tal vez cambiando a Vargas Llosa por Bryce Echenique, no tardará en entrar de lleno en la mecánica del olvido. Ahora es la época del escritor funcionario, del escritor matón, del escritor que va al gimnasio, del escritor que cura sus males en Houston o en la Clínica Mayo de Nueva York. La mejor lección de literatura que dio Vargas Llosa fue salir a hacer jogging con las primeras luces del alba. La mejor lección de García Márquez fue recibir al Papa de Roma en La Habana, calzado con botines de charol, García, no el Papa, que supongo iría con sandalias, junto a Castro, que iba con botas. Aún recuerdo la sonrisa que García Márquez, en aquella magna fiesta, no pudo disimular del todo. Los ojos entrecerrados, la piel estirada como si acabara de hacerse un lifting, los labios ligeramente fruncidos, labios sarracenos habría dicho Amado Nervo muerto de envidia.

¿Qué pueden hacer Sergio Pitol, Fernando Vallejo y Ricardo Piglia contra la avalancha de glamour? Poca cosa. Literatura. Pero la literatura no vale nada si no va acompañada de algo más refulgente que el mero acto de sobrevivir. La literatura, sobre todo en Latinoamérica, y sospecho que también en España, es éxito, éxito social, claro, es decir es grandes tirajes, traducciones a más de treinta idiomas (yo puedo nombrar veinte idiomas, pero a partir del idioma número 25 empiezo a tener problemas, no porque crea que el idioma número 26 no existe sino porque me cuesta imaginar una industria editorial y unos lectores birmanos temblando de emoción con los avatares mágico-realistas de Eva Luna), casa en Nueva York o Los Ángeles, cenas con grandes magnatarios (para que así descubramos que Bill Clinton puede recitar de memoria párrafos enteros de Huckleberry Finn con la misma soltura con que el presidente Aznar lee a Cernuda), portadas en Newsweek y anticipos millonarios.

Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad, deseosa de respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo de Madrid, son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias.

No es de extrañar que de golpe se sientan cansados. La lucha por la respetabilidad es agotadora. Pero los nuevos escritores tuvieron y algunos aún tienen (y Dios se los conserve por muchos años) padres que se agotaron y gastaron por un simple jornal de obrero y por lo tanto saben, los nuevos escritores, que hay cosas mucho más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder. Claro que hay cosas mucho más agotadoras. Y de alguna forma es conmovedor buscar un sitio, aunque sea a codazos, en los pastizales de la respetabilidad. Ya no existe Aldana, ya nadie dice que ahora es preciso morir, pero existe, en cambio, el opinador profesional, el tertuliano, el académico, el regalón del partido, sea éste de derecha o de izquierda, existe el hábil plagiario, el trepa contumaz, el cobarde maquiavélico, figuras que en el sistema literario no desentonan de las figuras del pasado, que cumplen, a trancas y barrancas, a menudo con cierta elegancia, su rol, y que nosotros, los lectores o los espectadores o el público, el público, el público, como le decía al oído Margarita Xirgu a García Lorca, nos merecemos.

Dios bendiga a Hernán Rivera Letelier, Dios bendiga su cursilería, su sentimentalismo, sus posiciones políticamente correctas, sus torpes trampas formales, pues yo he contribuido a ello. Dios bendiga a los hijos tarados de García Márquez y a los hijos tarados de Octavio Paz, pues yo soy responsable de esos alumbramientos. Dios bendiga los campos de concentración para homosexuales de Fidel Castro y los veinte mil desaparecidos de Argentina y la jeta perpleja de Videla y la sonrisa de macho anciano de Perón que se proyecta en el cielo y a los asesinos de niños de Río de Janeiro y el castellano que utiliza Hugo Chávez, que huele a mierda y es mierda y que he creado yo.

Todo es, a final de cuentas, folclore. Somos buenos para pelear y somos malos para la cama. ¿O tal vez era al revés, Maquieira? Ya no me acuerdo. Tiene razón Fuguet: hay que conseguir becas y anticipos sustanciosos. Hay que venderse antes de que ellos, quienes sean, pierdan el interés por comprarte. Los últimos latinoamericanos que supieron quién era Jacques Vaché fueron Julio Cortázar y Mario Santiago y ambos están muertos. La novela de Penélope Cruz en la India está a la altura de nuestros más preclaros estilistas. Llega Pe a la India. Como le gusta el color local o lo auténtico va a comer a uno de los peores restaurantes de Calcuta o de Bombay. Así lo dice Pe. Uno de los peores o uno de los más baratos o uno de los más populares. En la puerta ve a un niño famélico quien a su vez no le quita los ojos de encima. Pe se levanta y sale y le pregunta al niño qué le pasa. El niño le dice si le puede dar un vaso de leche. Curioso, pues Pe no está bebiendo leche. En cualquier caso nuestra actriz consigue un vaso de leche y se lo lleva al niño, que sigue en la puerta. Acto seguido el niño bebe el vaso de leche ante la atenta mirada de Pe. Cuando se lo acaba, cuenta Pe, la mirada de agradecimiento y de felicidad del niño la lleva a pensar en la cantidad de cosas que ella posee y que no necesita, aunque allí Pe se equivoca, pues todo, absolutamente todo lo que posee, lo necesita. Al cabo de unos días Pe mantiene una larga conversación filosófica y también de orden práctico con la madre Teresa de Calcuta. En determinado momento Pe le cuenta esta historia. Habla de lo necesario y de lo superfluo, de ser y no ser, de ser con relación a y de no ser en relación ¿con qué?, ¿y cómo?, ¿y a final de cuentas qué es eso de ser?, ¿ser tú misma?, Pe se hace un lío. La madre Teresa, mientras tanto, no para de moverse como una comadreja reumática de un lado a otro de la habitación o del porche que las cobija, mientras el sol de Calcuta, el sol balsámico y también el sol de los muertos vivientes, espolvorea sus postreros rayos imantado ya por el oeste. Eso, eso, dice la madre Teresa de Calcuta, y luego murmura algo que Pe no entiende. ¿Qué?, dice Pe en inglés. Sé tú misma. No te preocupes por arreglar el mundo, dice la madre Teresa, ayuda, ayuda, ayuda a uno, dale un vaso de leche a uno y ya será suficiente, apadrina a un niño, sólo a uno, y ya será suficiente, dice la madre Teresa en italiano y con evidente mal humor. Al caer la noche Pe vuelve al hotel. Se ducha, se cambia de ropa, se pone unas gotas de perfume sin poder dejar de pensar en las palabras de la madre Teresa. A la hora de los postres, de golpe, la iluminación. Todo consiste en sacar un pellizco microscópico de los ahorros. Todo consiste en no atribularse. Tú dale a un niño indio doce mil pesetas al año y ya estarás haciendo algo. Y no te atribules ni tengas mala conciencia. No fumes, come frutos secos y no tengas mala conciencia. El ahorro y el bien están indisolublemente unidos.

Quedan algunos enigmas flotando como ectoplasmas en el aire. ¿Si Pe iba a comer a un restaurante barato cómo es que no le dio una gastroenteritis? ¿Y por qué Pe, que tiene dinero, iba precisamente a comer a un restaurante barato? ¿Por ahorrar?

Somos malos para la cama, somos malos para la intemperie, pero buenos para el ahorro. Todo lo guardamos. Como si supiéramos que el manicomio se va a quemar. Todo lo escondemos. No sólo los tesoros que cíclicamente sustraerá Pizarro, sino las cosas más inútiles, las baratijas, hilos sueltos, cartas, botones, que enterramos en sitios que luego se borran de nuestra memoria, pues nuestra memoria es débil. Nos gusta, sin embargo, guardar, atesorar, ahorrar. Si pudiéramos, nos ahorraríamos a nosotros mismos para épocas mejores. No sabemos estar sin papá y mamá. Aunque sospechamos que papá y mamá nos hicieron feos y tontos y malos para así engrandecerse aún más ellos mismos ante las generaciones venideras. Pues para papá y mamá el ahorro era interpretado como perdurabilidad y como obra y como panteón de hombres ilustres, mientras que para nosotros el ahorro es éxito, dinero, respetabilidad. Sólo nos interesa el éxito, el dinero, la respetabilidad. Somos la generación de la clase media.

La perdurabilidad ha sido vencida por la velocidad de las imágenes vacías. El panteón de los hombres ilustres, lo descubrimos con estupor, es la perrera del manicomio que se quema.

Si pudiéramos crucificar a Borges, lo crucificaríamos. Somos los asesinos tímidos, los asesinos prudentes. Creemos que nuestro cerebro es un mausoleo de mármol, cuando en realidad es una casa hecha con cartones, una chabola perdida entre un descampado y un crepúsculo interminable. (Quién dice, por otra parte, que no hayamos crucificado a Borges. Lo dice Borges, que murió en Ginebra).

Sigamos, pues, los dictados de García Márquez y leamos a Alejandro Dumas. Hagámosle caso a Pérez Dragó o a García Conte y leamos a Pérez Reverte. En el folletón está la salvación del lector (y de paso, de la industria editorial). Quién nos lo iba a decir. Mucho presumir de Proust, mucho estudiar las páginas de Joyce que cuelgan de un alambre, y la respuesta estaba en el folletón. Ay, el folletón. Pero somos malos para la cama y probablemente volveremos a meter la pata. Todo lleva a pensar que esto no tiene salida.

KAFKA Y EL EGOÍSMO DE LOS PADRES

(Fragmento de una carta de Kafka a su hermana Elli)

El egoísmo de los padres –pues eso es en realidad lo que llaman sentimiento paternal- no tiene límites. Desde el punto de vista de la educación, el amor de los padres, por grande que sea, es más egoísta que el amor de un educador pagado, por pequeño que sea. Y no puede ser de otra manera. Al fin y al cabo, los padres no tienen plena libertad frente a sus hijos, como la tienen los adultos frente a un niño cualquiera, pues se trata de personas de su misma sangre, y, para complicarlo todavía más, de la sangre de los dos progenitores. Por ejemplo: cuando el padre (y con la madre pasa algo parecido) “educa”, encuentra en el niño cosas que ya odiaba en sí mismo y no pudo superar, y cree poder superarlas ahora en la persona del niño, pues este, por su debilidad, le parece más manejable que él mismo; y por lo tanto interviene con mano dura, sin esperar a que esa persona en formación se desarrolle por sí misma; o por ejemplo advierte con sobresalto que al niño le falta algo que él considera una virtud suya, y que por lo tanto (¡por lo tanto!) no puede faltar en su familia (¡en su familia!), y entonces empieza a inculcárselo, hasta que al final lo consigue, o mejor dicho no lo consigue, porque al inculcar la virtud destruye al niño… Ve en el niño solo lo que ama, y se aferra a lo que ama, se rebaja a la condición de esclavo, lo devora de puro amor.

Y esos son los dos instrumentos de educación de los padres, ambos frutos del egoísmo: la tiranía y la esclavitud en todos sus grados, una tiranía que puede expresarse con mucha ternura (“¡Hazme caso, te lo digo yo, que soy tu madre!”), y una esclavitud que puede ser muy orgullosa (“Eres mi hijo y por eso serás mi salvación”), pero, al fin y al cabo, dos instrumentos de educación terribles, dos instrumentos de antieducación, perfectos para aplastar al niño contra el suelo del que procede.

EL ESTUDIOSO. CARTA DE KATSUSHIKA HOKUSAI

Desde los seis años sentí el impulso de dibujar las formas de las cosas. Hacia los cincuenta, expuse una colección de dibujos; pero nada de lo ejecutado antes de los setenta me satisface. Sólo a los setenta y tres años pude intuir, siquiera aproximadamente, la verdadera forma y naturaleza de las aves, peces y plantas. Por consiguiente, a los ochenta años habré hecho grandes progresos; a los noventa habré penetrado en la esencia de todas las cosas; a los cien, habré seguramente ascendido a un estado más alto, indescriptible, y si llego a ciento diez años, todo, cada punto y cada línea vivirá. Invito a quienes vivirán tanto como yo a verificar si cumplo estas promesas.

Escrito a la edad de setenta y cinco años, por mí, antes Hokusai, ahora llamado Huakivo-Royi, el viejo enloquecido por el dibujo.

Hokusai murió a los ochenta y nueve años de edad.

Traducido de la versión alemana de Paul Adler y Michael Revlon, aparecida en Japanische Litteratur, por Borges y Bioy Casares.

Foto: Dragón de humo escapando del monte Fuji.

Publicado por Desocupado mental en la era del blog en 14:06 0 comentarios Enviar por correo electrónico

LOS ENEMIGOS

Primero, el niño capturó a la araña. La encerró en una pequeña caja. Después, capturó a la mosca. La encerró en otra pequeña caja. Días después, las miró. La araña le pareció capaz de atacar; la mosca, capaz de defenderse. Puso a los dos adversarios en un tarro de vidrio y esperó.

No ocurrió nada el primer día.

El niño resolvió aguardar unos días más. Separó a la araña de la mosca, las dejó crecer.

En tres días, los insectos fueron creciendo. La araña se volvió más y más capaz de matar; la mosca, de no dejarse matar sin dar pelea.

Una noche, por fin, el niño decidió actuar.

Metió por segunda vez en el tarro a la mosca y la araña.

Nada ocurrió. Los días pasaban.

El niño se vio obligado a cambar el tarro por una diminuta pecera. Y allí introdujo a los dos personajes de ese drama que, tarde o temprano, estallaría.

El niño pasó la noche entera esperando que se iniciara el drama, con los ojos contra el vidrio de la pecera.

La araña había anidado en un rincón. La mosca estaba en otro rincón, algo más alto.

Cosa extraña, no se miraban. Se diría que contemplaban más allá del vidrio; sonriente, el niño se preguntó qué observaban, qué aguardaban.

Se formuló estas preguntas durante horas. Luego, extenuado, agotada su paciencia, con los ojos cansados de curiosear, cayó dormido.

En ese instante, la araña se movió y avanzó hacia la mosca. La mosca también se movió y avanzó hacia la araña. Los dos insectos se colgaron del vidrio de la pecera, destrozaron la tapa de su prisión y, en seis minutos, devoraron al niño.

CARTA DE KAFKA A MILENA

"Yo jamás he sido, por así decirlo, engañado por hombres. Por cartas, siempre. Y en verdad no por las de otros sino por las mías. Existe en esto, en lo que me concierne, un disgusto personal sobre el que no quiero extenderme. Pero es también una desgracia general. La gran facilidad para escribir cartas debe haber introducido en el mundo, desde el punto de vista puramente teórico, una terrible dislocación de las almas.

Es un comercio con fantasmas, no solamente con el fantasma del destinatario sino también con el propio. El fantasma crece bajo la mano que escribe, en la carta que redacta, con mayor razón en una serie de cartas en las que una corrobora a la otra y puede llamarla como testigo.

¿Cómo pudo nacer la idea de que las cartas ofrecerían a los hombres el medio de comunicarse?. Se puede pensar en un ser lejano, se puede captar un ser prójimo, todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas. Escribir cartas, en cambio, es ponerse al desnudo ante los fantasmas. Ellos esperan ese gesto con avidez. Los besos escritos no llegan a destino, los fantasmas se los beben en el camino. Es gracias a esta copiosa ingesta que se multiplican tan fabulosamente.

La humanidad lo siente y lucha contra el peligro: Ha buscado eliminar lo más posible aquello que hay de fantasmático entre los hombres para obtener relaciones naturales entre ellos; ha buscado restaurar la paz de las almas inventando el ferrocarril, el auto, el aeroplano. Pero ya no sirve de nada, esas invenciones fueron hechas una vez que la caída ya se había iniciado. El adversario es tanto más calmo y tanto más fuerte. Después del correo, ha inventado el telégrafo, el teléfono, la telegrafía sin hilos. Los fantasmas no morirán de hambre, pero nosotros pereceremos".

miércoles, 4 de febrero de 2009

ÉLAN VITAL


Lo que mata al soñador es no vivir cuando sueña; lo que hiere al hombre de acción es no soñar cuando vive. Uno quisiera fundir en un color único de felicidad la belleza del sueño y la realidad de la vida.


Pero ese resplandor dura lo que un suspiro, y luego nuevamente estamos en el tiempo. Ese suspiro es, quizá, lo que nos impulsa a actuar.